jueves, 17 de mayo de 2012

PEÑAS BLANCAS, LOCOMBOO Y NACUCO



            

A pesar de ser su principal riqueza topográfica, muchos calarqueños no valoran ese monumento natural espléndido, colmado de históricos matices y fecundado por la mítica ensoñación, que es Peñas Blancas, situado en el corregimiento de La Virginia, del nombrado municipio. Codiciando alegóricas riquezas ocultas en sus entrañas, los quindianos han perdido de vista la apreciación de sus auténticos e intasables tesoros, allí siempre visibles para personas que con espiritual sensibilidad peregrinen por estos parajes.

Siglos atrás, Peñas Blancas fue santuario de los indios Pijao. Centro ceremonial de ofrendas e inmolaciones en honor de dioses solares, donde por igual se veneraban altas figuras de su panteón religioso como Locomboo y Nacuco, o ídolos secundarios por el estilo de Lulomoy y Eliani. Su privilegiada ubicación y su estructura ideológica resaltada por las naturales pinceladas blancas, impresas con intensidad sobre las pulimentadas lajas verticales, se han vuelto tan comunes para los habitantes de la región, que se hace necesario redescubrirlas, insistiendo por todos los medios sobre el imponderable valor cultural, ecológico, turístico e histórico que dichas peñas poseen.

Es el único sitio de su género en el Quindío que, con leyenda e historia propia, atavía además su magnificencia paisajística con la literatura que a su alrededor han escrito autores como Rodolfo Jaramillo Ángel, Antonio Cardona, Jaime Lopera, Argelia Osorio y Héctor Ocampo Marín, elementos de los cuales carecen otros bellos ámbitos del departamento.

Lugar de ceremonias Pijao, Peñas Blancas era -y continúa siéndolo- irradiante centro de Poder chamánico desde donde los mohanes orientaban diversas actividades del citado pueblo aborigen. “El control de los poderes sobrenaturales, estaba en manos de los mohanes, verdaderos shamanes, que tenían como misiones fundamentales predecir el resultado de las futuras campañas y curar las enfermedades”, precisa Samuel Lucena Salmoral, el investigador que más se ha ocupado de los Pijao en la conquista, gracias a la oportunidad que tuvo de conocer numerosos documentos inéditos en el Archivo de Indias, en Sevilla, España.

En las grutas de Peñas Blancas se efectuaban prácticas mágico-religiosas en honor de las dos principales divinidades de la mencionada comunidad: Locomboo y Nacuco.El cacique Calarcá fue un influyente hechicero, iniciado en los milenarios secretos precolombinos de los mohanes, quienes “constituían una categoría social muy respetada por el Pijao”, según anota Lucena. Peñas Blancas, dentro del territorio dominado por estos, fue el santuario más célebre y reverenciado  no solo por las funciones religiosas que desempeñaba, sino porque también era centro de las actividades de resistencia de Calarcá contra los españoles. Fue oratorio ocasional de los Putimae, Quimbaya, Bulira, Maito, Cacataima  y los Otaime.

A Locomboo se le describe con rasgos propios de una deidad benévola y propicia. Tiene el significado , no se sabe si lingüístico o religioso, de “abuela del tiempo y abundancia del mismo”, creadora de todas las cosas menos del mundo, En su honra, los Pijao celebraban en las laderas de Peñas Blancas una fiesta anual donde, con paja menuda confeccionaban la figura de una persona, la cual se rellenaba con legumbres, frutas y masato. La subían hasta el sector más inclinado de las laderas circundando a Peñas Blancas, y luego de calcular y marcar en el suelo hasta dónde podría rodar, arrojaban el muñeco cuesta abajo  corriendo todos tras él. Quienes llegaran primero que el muñeco al sitio demarcado, tendrían buena suerte el año venidero. Los rezagados, sufrirían un año funesto.

Tal ceremonia mágica, lúdica y deportiva, tenía un director. Antagónico a Locomboo, era Nacuco, dios malévolo, principio personificador de lo  material, creador del mundo, preservador de la realidad concreta del río y la montaña, del árbol y el ave, el maíz y la batata, la piedra y la semilla. Lucena Salmoral escribe: “Este dios existió en la realidad yfue un indio de grandes poderes sobrenaturales, ya que predecía el futuro y hacía milagros”.

El cacique y mohán Calarcá, hacía parte de la cadena iniciática entroncada con Nacuco,  de aquí su encarnado amor por la tierra y la imposibilidad para aceptar la adversa presencia del invasor ibero. Previo un sencillo ritual chamánico que dispone para soportar la extrañeza de otra realidad, quienes acampen en determinado sector de Peñas Blancas acompañados de rectitud mental, limpios de corazón,  de cuerpo y de sentimientos, experimentarán en altas horas de la noche o comienzo de la madrugada, un particular susurro reverberando a lo largo y ancho de las Peñas. Se distingue con absoluta claridad de cualquier otro sonido. Son claras y peculiares voces de lenguaje incomprensible, pero cuyas modulaciones ejercen reconfortante alivio corporal. Gozoso sentimiento de unificación con el mundo cuyo efecto sedante puede durar hasta siete horas. Son los etéreos rumores del intemporal diálogo que en Peñas Blancas sostienen Locomboo y Nacuco. Conversación melodiosa, absorbente e impositiva.

EL TRINO DEL DIABLO



Si usted es apático a las célicas sonoridades del violín, no lea esta anécdota sobre el extraño origen de una de las más famosas sonatas para dicho instrumento, el preferido del diablo según relatan los demonólogos. Su protagonista fue Giuseppe Tartini (1692 – 1770) músico en cuya vasta obra resaltan más de 150 conciertos para violín. Autor de varios tratados de música. Su perfecta afinación y la destreza de su arco, alcanzaron cimas de inconocible magistralidad. Una de sus particularidades, era la destreza con que hacía los trinos y los dobles trinos.

Su más famosa obra se llama El trino del diablo. Hoy por hoy, cuando se  endilgan a este los desvaríos que comete el hombre, tal composición adquiere contemporaneidad al reconocérsele al oscuro condenado algunas de sus virtudes estéticas, compartidas por él con determinados artistas a lo largo de la historia, como lo sucedido al aventuroso músico italiano. Le prevengo: no se deje incitar por esta glosa ni por afectos hacia las implicaciones sicológicas y órficas del violín. Evite escuchar el cautivante contenido de tal sonata porque puede despertarle fuerzas dormidas que tal vez l convenga dejarlas así. Por suerte, no le encontrará fácil aunque por ahí circule, perturbadora, plena de místicas evocaciones, entre lo mejor de la música clásica, rememorando epopeyas religiosas a los solitarios del espíritu.

Cuando tenía 21 años de edad, circunstancias amorosas obligaron a Tartini a huir de su hogar. Vestido de peregrino se dirigió hacia Roma. En el transcurso del viaje se alojó durante unas semanas en el monasterio de Francisco de Asís donde practicó austeridades con los monjes y mediante monacales rigores cristianos moderó su impetuoso carácter. Una noche, en la contemplativa paz de su celda, soñó que el diablo entraba a la austera habitación, tomaba su violín y con un estilo extravagante, incitador, desconcertante por la características de la ejecución, interpretaba hasta sus mínimos detalles una fantástica pieza musical que hechizó a Tartini, quien desde el sueño asistía embriagado de dicha al desarrollo del mágico concierto. Tan pronto finalizó, el diablo sonrió retador para que despertara y repitiera cuanto él había hecho.

Tartini despertó sobresaltado. Con las notas de la sonata repercutiendo en su mente y  su corazón, se precipitó hacia el violín, dispuesto a no dejar perder la más pequeña nota de su luciferina experiencia. Aunque reprodujo gran parte de la onírica vivencia, otro porcentaje fue imposible traerlo hasta la vigilia creadora. Compuso allí, en el sacro ámbito del monasterio, la Sonata del diablo o El trino del diablo, como se  conoce en la actualidad. Obra de innovaciones técnicas e inauditos recursos formales  marcando el principio de una época para el arte del violín. Los efectos encerraban habilidades desconocidas por los violinistas de aquel tiempo (1713).

Así narró Tartini, al astrónomo Lalande, su experiencia:

Una noche en 1713, soñé que había hecho un pacto con el diablo, sometiéndolo a mi servicio. Mis deseos eran satisfechos por tal criado a quien le di un violín para que interpretara algunas bellas melodías. Mi asombro no tuvo límites al escucharle una sonata singular y hermosa como jamás pudiera concebir. La ejecutó con superioridad e inteligencia. Experimenté tanta sorpresa y arrobo, que perdí la respiración. Esta sensación violenta me despertó. Tomé entonces mi violín con la esperanza de reproducir cuanto escuché pero fue en vano. La pieza que produje es la mejor que haya compuesto, pero es inferior a la soñada. Hubiese roto mi violín y abandonado para siempre la música, si no me hubiera sido posible experimentar los goces de que ella me procuraba.

Doscientos noventa y nueve años después de compuesto El trino del diablo, afloran indescriptibles emociones en quienes escuchamos tal pieza con ceremonial reverencia.


SUBRAYAR UN LIBRO






Abre un libro, Eurídice, y descubre en él que raras veces se confiesa una persona con tanta sinceridad, como cuando lo subraya. Solo al libro subrayado puede creérsele que el lector penetró su contenido. Subrayar es incorporar en tu ser la esencia del libro y la sustancia dramática del autor. Es averiguar cuanto este silenció o escribió en voz baja, llamándonos a diálogos secretos, mediante esos delatores tatuajes que le trazamos a determinadas frases. Subrayar es mirar de frente al autor contarle de nuestras personales identificaciones con su relato. Subrayar, Eurídice, no es solo resaltar determinadas confidencias del escritor, sino también sobresaltarnos con nosotros mismos al vernos reflejados en la frase ajena.

Subrayar un libro es demostrar que leemos con todos los sentidos; es reverenciar lo escrito en la página transformada en altar donde ofrendamos las potencialidades de nuestro pensamiento, tus pensamientos y tus emociones, Eurídice. Quien no subraya un libro pierde la dimensión transpersonal de la lectura. No va más allá de signos, palabras y conceptos impresos. Abstenerse de subrayar es eludir los fantasmas del autor. Me acongojan las personas que dicen haber leído un libro, y al observar el ejemplar lo veo limpio, sin la menor acotación al margen, como si aún sufriera la orfandad que demuestra cuando está en la librería.

Deduzco que tal lector emboza centenares de miedos, es incapaz de confesarse en público. Lee para esconderse de otros y de sí mismo. Un libro sin subrayar es una blasfemia bibliográfica. Quien sobrevoló aquellas páginas no se detuvo a explorar las potencialidades ontológicas y físicas del verbo. Son timoratos de la página impresa a quienes les interesa más conservar del libro su ofensiva pulcritud, que dialogar con su autor y con cuantos luego puedan mirar este subrayado.

Porque hacerlo, Eurídice, es demolerle muros al lenguaje para abrir nuevos caminos a la lectura, la interpretación y la intuición a través del texto. Subrayar un libro es decirle al escritor que estamos con él, que no camina solo en el laberinto de signos y frases que construyó.

Subrayar es darle calor al párrafo prendiéndole fuego a silencios que se manifiestan cuando te detienes en la lectura, para celebrar el ritmo íntimo y público del subrayado. Autor y lector reducen lejanías con el sutil puente de la línea, recta o torcida, leve o intensa que se le borda a la frase que nos impresionó induciéndonos a resaltarla. Subrayar un libro es hacerlo tuyo. Es vernos en cuanto clama el otro. Es encontrarnos con algo del otro que desconocíamos, allí en la visión en la visión individual del otro. Se ama un libro cuando se le acaricia y recorre con subrayados. Cuanto más se subraya mayor es el impacto emocional que ejerce sobre uno. El contacto fisiológico entre el ser del libro y el espíritu de la persona, se produce mediante el ceremonial del subrayado, puesto que es un rito no apto para todo lector. ¿Qué frases subrayaría Jesucristo del evangelio o de algunos libros que tratan sobre él?... ¿Dónde se detendría Sócrates a subrayar los diálogos de Platón?...

Subrayar es un acto de erotismo bibliográfico que desconocen aquellos con pánico a ensuciar el libro. ¡Pobrecitos los libros que no arrancan una caricia al lapicero de sus indiferentes lectores! Subrayar es concertar una cita para dentro de un día o diez años después. El acto de trazar la línea bajo la frase es una acción lúdica de encantamiento, con percusiones holísticas que no voy a revelarte, Eurídice, que tú misma debes experimentar subrayando decenas de páginas y de libros. Te lo aseguro: la línea que se traza en la página, también se está trazando en tu destino. Lo aconsejable es no subrayarlo si lo subrayas sin pasión, sin la convicción de identificarte allí con tus más íntimas verdades.



LA MÚSICA DE AYESHA RADH






Aunque parezca egoísta, hay un motivo obligándome  a no prestar a nadie la secreta música de la intérprete y compositora Ayesha Radh. Ni a mis mejores amigos. Durante un tiempo, fue necesario el silencio sobre su obra, su vida, su pensamiento místico y su desconcertante discografía circulando solo entre determinadas personas. Entre algunos grupos, desafortunadamente propietarios de los derechos y hasta de las enseñanzas Nada-yoga de  la angelical cantante. Sendero que conduce del sonido audible al sonido inaudible o más ultrasutil.  

Ahora, algo es permitido escribir para manifestar en público el asombro, puesto que la música de Ayesha está entre lo milagroso que ha ocurrido en mi vida. Su conciencia órfico-espiritual impregna las metáforas devocionales y mántricas de sus canciones, transformándolas en técnicas de meditación poco usuales en oriente y occidente. Ningún tipo de música que hasta la fecha he escuchado, se parece al Nada-yoga de Ayesha.

Con ninguna he logrado experimentar los momentos de lucidez y beatitud, la percepción alerta que con ella vivencio. Dejo constancia: no soy su discípulo. No pertenezco a ninguna secta oriental ni mucho menos tengo maestros de ningún tipo. En materia de búsquedas interiores, soy un irredento lobo estepario. Ningún gurú está interesado en mí y yo no soportaría a ninguno entrometiéndose en mi solitario sendero. Ni Ayesha, aunque su adolescente hija perturbe mi poesía, mi sexo, mi filosofía...

Es heterogénea la música devocional que poseo. De India. China. Tibet. Japón. Bhajans, mantras, ragas de múltiples comunidades religiosas orientales. La música sufí de Alí Khan Nusrat Fateh. Los ghazales de Nashenas. Los cantos místicos de Shahjahan. Música islámica del ritual Zikr. La hechizante obra musical de Zul-Funun (Bada-i guya). Los cantos devocionales de Krishna Das. Todos me acompañan de día o de noche. En momentos de racional intelecto ocupando mi obra. O en momentos de vacío, donde el escritor desaparece por completo.

Sin embargo, ¿cómo no asombrarme, a partir del conocimiento de dicha música y sus funciones sicológicas y emocionales, sus cualidades místicas y sus efectos fisiológicos, con la voz y las composiciones musicales de Ayesha? ¿Cómo no asombrarse uno con las mágicas tonalidades  de instrumentos raizales de India acompañándola, en particular con el embriagador e hipnotizante  sonido de las tablas, el sitar y la tambura, en insólitas combinaciones que no habíamos escuchado ni siquiera en Ravi Shankar?

Luego de escucharla, no son los mismos el sonido del viento ni el alma de la flauta. En ocasiones, se acompaña con la voz de su hija. La mirada de su hija. El movimiento de manos y brazos y vientre de su hija... Los gestos lúbricos de la boca de su hija, Aishwarya Devdas, iguales que cuando en la soledad de una finca quindiana, me ruega incitante y voluptuosa que continúe leyéndole y releyéndole varias rubaiyyat de Omar Jayyam.

Ayesha es el viento suave o tempestuoso de la música. Y es la música del viento de las montañas del Quindío o del Himalaya, cuando esta cantante decide revelar los secretos propios del Nada-yoga, ese tántrico y sacro conocimiento ancestral con elementos incorporados del mantra-yoga y del kundalini-yoga. ¿Cómo no asombrarse uno con su magistralidad interpretativa, si luego de escucharla no son los mismos los sonidos de la lluvia, ni el murmullo del río, ni el llanto del niño campesino en horas de la noche? Es la lluvia haciendo música con la lluvia  que no alcanzó a caer. Es la música haciendo lluvia con la música que  Ayesha y su hija no alcanzaron a interpretar.

Al escuchar a Ayesha, practicante de Nada-yoga, otras son la neblina de Salento o de Génova, otras las cigarras y los amaneceres cuando viajo hacia Barcelona, mi sitio de trabajo.. Otros son los salmos de las hojas desprendiéndose de los árboles. Otro es el concierto del tulipán africano que encuentro por las veredas de Calarcá y con cuyas flores adorné la cabellera larga de Aishwarya.

No vuelven a ser los mismos Bach, Mozart o Vivaldi. Tampoco vuelve a ser el mismo Paganini, cuando escucho la sublime voz de la nad yogini Ayesha Radh. Si algunas de las múltiples técnicas de meditación que me han otorgado tienen validez en la medida que las practico, la relacionada con la música de Ayesha y el ritual de Maithuna con su hija, sin ninguna duda,  ha sido la más efectiva en mis búsquedas y realizaciones.

Cuanto es melodioso en la naturaleza, tras escuchar cualquiera de las composiciones de Ayesha, adquiere ritmos que no habíamos escuchado, cual si de la escala conocida surgieran otras, de carácter intramolecular. Con Radh no sucede lo afirmado por Gandhi: "La música de la vida corre el riesgo de perderse en la música de la voz".  En esta, la música de la vida se encuentra en  su voz. Es su voz. Su música es de vibraciones en espacios donde solo debía existir el silencio, la respiración de Dios o el vuelo del pequeño insecto multicolor.

¿Cuáles metáforas emplear para dar una mínima idea del efecto de su música? Ella es el suspiro de los quartz. Es la oración de los leptones. Es la luz declarándole su amor a la especie humana mediante ecuaciones religiosas. Es un computador de décima generación canalizando los cantos de Orfeo. Ayesha...¡eres un coro de ruiseñores vocalizando cantos gregorianos! Hari Om. Hari Om. Hari Om.



RASGOS DE PERSONAS AUTORREALIZADAS


                           




Sidney M. Jourard y Ted Landsman, sicólogos humanísticos, son autores del libro La personalidad saludable (Editorial Trillas, Méjico,1997), minucioso y documentado estudio sobre el tema del desarrollo de la personalidad y los factores responsables del desarrollo personal saludable. Está escrito en lenguaje accesible para el profano en sicología, sin detrimento conceptual para los especialistas en tal ciencia.

Su estructura didáctica, cada capítulo con una introducción, un desarrollo y un resumen, hace de la obra una acertada guía para el análisis y observación del desarrollo de la personalidad, introduciéndonos en los modelos teóricos de quienes dedicaron su vida al tratamiento de los problemas emocionales.

Un importante planteamiento de la personalidad saludable, es el de Abraham Maslow, quien explica que la clave para adquirirla es satisfacer necesidades básicas. La realización del yo, no es meta en sí misma, sino producto del propio talento en la búsqueda de la verdad, el amor, la belleza y la justicia. Sin misión concreta en su vida, la persona se frustra al desconocer sus virtudes y capacidades recónditas, asegura Maslow.

El trabajo significativo y productivo, puntualiza este, contribuye al desarrollo de la personalidad saludable. Mediante el estudio de personas a quienes Maslow consideró en proceso de autorrealización, verificó los 15 rasgos esenciales de conducta, propios de individuos capaces de afrontar con inteligencia, comprensión y voluntad, todo tipo de situaciones en su vida cotidiana.

1. Percepción más eficaz de la realidad: El individuo capta fácil los engaños y la carencia de honestidad en quienes lo rodean.

2. Alto grado de aceptación de sí mismo y de los demás: La persona no se siente avergonzada de ser aquello que es, ni se desanima con los defectos ajenos.

3. Espontaneidad, sencillez y naturalidad: El individuo es menos complejo en sus pensamientos, emociones, sentimientos y conducta. Evita involucrarse en conflictos y opta por compañeros que no restrinjan su libertad.

4. Concentración en los problemas: La persona no es problema para sí misma ni para los otros, actitud que le permite dedicarse a cualquier actividad sin interferencias interiores.

5. Necesidad de intimidad: La soledad interior o exterior nunca es dolorosa para la persona. Por el contrario, disfruta de ambientes  que la propicien paraacrecentar en ellos sus virtudes y disciplinas.
6. Alto grado de autonomía: El individuo posee la capacidad de ser leal consigo mismo, con sus ideas, sus sueños y proyectos, sin temor a la crítica ni al rechazo.

7. Frescura continua de apreciación: Es el asombro del individuo ante el mundo. Su amor y reverencia ante cuanto lo rodea. Percibe los detalles singulares en lo común.

8. Experiencias pico: Así denomina Maslow los estados místicos u oceánicos. Es la capacidad de trascender el yo y experimentar otros estados de conciencia.

9. Sentimiento de hermandad: Sensaciones de identificación con lo total. Unificación religiosa con la naturaleza y los seres humanos.

10. Relaciones íntimas con unos cuantos amigos íntimos o personas amadas: Es la capacidad de entrega que la persona tiene, aunque se muestre selectiva con sus relaciones.

11. Estructuras democráticas del carácter : Comprensión de los demás y su aceptación como individuos, no por su raza, posición social, jerarquías o dinero-

12. Fuerte sentido ético: Este se desarrolla al máximo y permite que haya discriminación ecuánime entre el bien y el mal.

13. Sentido del humor: No confunde el alborozo, lo tragicómico, con la burla, con lo grotesco, lo obsceno o ridículo.

14. Creatividad: Rompe con esquemas y goza al crear y abrir nuevos caminos a la imaginación.

15. Resistencia a la presión cultural: El individuo no se somete a los dictados de la moda, a los caprichos sociales ni mucho menos a los patrones culturales vigentes o que los medios de comunicación quieran imponerle.

Estos quince rasgos son característicos de una personalidad saludable, sin importar la edad. Poseer buen número de los mismos, es aproximarse al tipo de ser humano que Maslow considera autorrealizado. Si usted, luego de severo autoanálisis descubre que no reúne por lo menos la mitad, su personalidad es letal y puede tener la certeza de estar perdiéndose el maravilloso espectáculo de la vida. Le recuerdo lo sincero que fue John Donne cuando afirmó: “Yo olvido a Dios y sus ángeles por el ruido de una mosca, por el paso de un por el rechinar de una coche, puerta”. Que la vida nos llene de tales olvidos y nos facilite percepciones semejantes de lo cotidiano.