sábado, 31 de marzo de 2012

ESCUCHANDO A MOTHER DE JOHN LENNON








Le cantaste a tu madre y a tu padre. Los fantasmas no retornan, amigo Lennon. Yo todavía tengo a mi madre pero un día no creí en lágrimas de mi padre y lo dejé solo, abatido sobre el largo sillón en la biblioteca. Te cantaste, cuando esas memorias de madre lejana y padre que no llegaba, no podían continuar en el silencio y suplicaban una guitarra, una voz.

 Solo queda la canción. Mother, producto de  un proceso sicoterapéutico  del citado músico con Janov, creador de la Terapia Primal, hoy por hoy desacreditada, mediante la cual  los pacientes encontraban sus auténticos sentimientos re-experimentando el dolor emocional.

Tienen que marcharse todos de nuestro lado para reconocer uno la inminencia de la soledad. Cuatro fúnebres campanadas iniciales tañen todavía, cuando tú y ellos siguen muertos. Cuatro campanadas llamando a réquiem de la ternura, del te- dije- madre; te- dije- padre; te- dije- hijo; no- te- dije madre;  no –te- dije- padre;  no- te- dije- hijo,   al cual solo acudo yo volviendo una y otra vez sobre el tema, con lágrimas donde mi padre tampoco estaba cuando le llamé, pero donde -ya adulto- tampoco estuve yo cuando él sollozó su último amor de senectud.

 Me descalabran esas campanadas.  Ni tú ni ellos estuvieron cuando debían estar. Por algún motivo, alguno se iba, despacio o corriendo, de frente o de espaldas, cuando los demás lo necesitaban. Allí cerca, fue difícil no dejarse impregnar por las distancias y cada uno, tu madre, tu padre, tú mismo siendo un niño, cargaron caminos por donde los otros no iban.

UN RELATO DE FILOSOFÍA ANALÓGICA







Este es uno de los  evocadores microrrelatos sufís que me agrada relatar a mis niños de escuela, aunque no los comprendan; a mis compañeros profesores, aunque afirmen entenderlos; a cuantos estén dispuestos a escucharlos o se nieguen a conocer tal tipo de literatura objetiva.
En particular a cuantos cargan cemento…plomo o excrementos en su alma, en su sensibilidad, fondeados en la sordidez de sus limitaciones del Conocer y del Ser.

Este tipo de ancestrales historias, hace parte de la monumental colección de formulaciones terrestres más importantes y secretas, pero a la vez transmitidas en su momento a la humanidad, donde se almacenan y trasmiten determinadas ideas para el desarrollo sicológico del ser humano.  “En nuestros días”, señala el neosufí Idries Sha, “no son muchos los individuos capaces de utilizar correctamente las historias”, y enfatiza, “es un  método muy antiguo, aún irremplazable, para dar forma y transmitir un conocimiento que no puede expresarse de ninguna otra manera”.

Filosofía analógica. Historias como la presente y otras para compartir con quienes florezcan por estos escondrijos, no de mi alma sino de la sabiduría sufí, me socorren para no dejarme absorber por la sociedad y la época donde sobrevivo. Se encuentra en una  breve antología titulada Losmejores relatos derviches, editorial Long Seller, Argentina (2001), Clásicos de bolsillo.

Un príncipe le dijo a un erudito: “La conversación de aquel sufí que está allá es tan frívola y general que no creo que pueda ser auténtico”. El erudito le contestó: “Oh, Emir de Jeques, debes saber que existen tres formas de Conocimiento Profundo: el conocimiento profundo conocido por todos; el conocimiento profundo que se da a través del habla compleja y el conocimiento profundo que se transmite por medios aparentemente frívolos. Las bromas de aquel sufí han hecho cien santos; mientras que otros hombres, de aspecto serio y palabras amenazantes, han hecho…cadáveres. Cierta vez se le dio a un hombre la oportunidad de beber del Agua de la Vida y se rehusó porque no le gustó la forma de la copa. Si eres hombre de “formas”, ¿por qué hablas de “profundidad?”.



martes, 27 de marzo de 2012

DECÁLOGO DEL ESCRITOR




1. Cuanto piensas escribir, tomará otros caminos al escribirlo. Síguelos sin titubear. No sometas tu escritura a nada ni a nadie. Circunscríbete a tu escritura.


2. Si aprendes a mirar, el vuelo del zancudo te revelará las intenciones de Dios contigo y con el mundo. Entonces, cualquier renglón escrito será significativo para ti, aunque lo ignoren críticos, lectores y editores.


3. Si no sabes mirar, cambia de oficio. La escritura no es para ti. La poesía no es para ti. Ninguna letra te pertenece, en realidad. Es fácil: mira hacia afuera cuando no soportes mirar hacia adentro. Y observa hacia adentro cuando descubras que todo lo de afuera ya está escrito: lo narró el Creador.


4. Escribe siempre, aunque no tengas a la mano un lápiz, una hoja o un computador. Escribe con la mente, escribe sin palabras, pero escribe. En sueños o despierto. Muerto o vivo, escribe.


5. Habla solo. Escúchate en medio del ruido de los demás. Debes desarrollar la habilidad de abstraerte entre la multitud o de mimetizarte con ella.


6. Unos antes y otros después… todos los escritores pasarán al olvido. Escribe sin esperar reconocimientos. Esos escritores que te parecen inmortales, pronto caerán en el olvido. Sus obras, nadie las leerá. Hay millares detrás en iguales condiciones. Mira la historia de la literatura para no envanecerte.


7. No te preocupes en preguntarte por qué escribes. Toda respuesta es verdadera, por contradictoria que parezca si escribes con amor y pasión y no lo haces por dinero  ni por cuestiones sociales. No te preocupes en responderte por qué escribes. Toda respuesta es falsa.


8. No te importe dejar textos inconclusos. No fuerces nunca el texto, pero corrígelo para alcanzar un poco más de belleza.


9. Escribe, corrige, vuelve a escribir y torna a corregir. Estarás aproximándote a tu estilo.


10. Cuanto dije en este decálogo no es válido para ti. Improvisa  el tuyo y síguelo o infríngelo. De todas maneras, hay decenas de decálogos del escritor y a nadie le importa uno más o uno menos.


miércoles, 21 de marzo de 2012

DE PERROS Y DE LIBROS





¿De dónde surgen determinados temas invitando  a escribir, a consultar y compartir con hipotéticos lectores a quienes tal vez el asunto mencionado los deje indiferentes? Se materializan en todo lugar y conversación porque los temas convocan siempre al escritor. Se presentan por sí mismos. Viajan desde diferentes lugares de la realidad o la imaginación. Desde un libro, o desde un lugar específico en ámbitos por donde transita el escritor. Sólo se requiere su interés por cuanto le asombra, sin menospreciar objetos ni ideas, sin subvalorar personas o circunstancias por distantes que parezcan de su sensibilidad.

El escritor debe emocionarse con el tema y valorarlo desde disímiles puntos de vista. El escritor en su oficio, debe repensarlo y recrearlo a partir de la idea original. De la imagen generada en su habitación o por la calle o desde el libro en sus manos. La búsqueda de información al respecto, debe ser placentera y amplia, profunda, sin convertírsele  en tarea forzosa e ingrata. Cuando un tema no se abandona mentalmente y se integra a los sentimientos del autor y a su cotidianidad, por frívolo que parezca atrae elementos enriquecedores de lo indagado. Interesantes asociaciones no tardan en presentársele.

De  esa trama para compartir, emergen temas afines convirtiendo el acto literario, el hecho de la escritura, en evento mágico, de incalculables variables sicológicas y  lingüísticas, henchido de posibilidades  poéticas y narrativas. Tales semejanzas reduplican las perspectivas del tema, maneras de enfocarlo, sus relaciones con los géneros literarios pero, en particular, nos sensibilizan con emociones, sentimientos e ideas no previstos.

La anterior  reflexión sobre algunos elementos del proceso literario, vale como exordio para relatar mi encuentro temático con los perros en Caicedonia, Valle del Cauca. Con el escritor neodadaista Carlos Alberto Agudelo Arcila, dialogábamos discurriendo sobre posibles títulos para uno de sus tantos libros de poemas inéditos. Al cabo de algún tiempo y después de varios títulos, entre juegos de retozonas palabras, vocablos canoros y chirriadores, conceptos vagos, frases ostentosas y nombres improcedentes, saltó, batiendo su larga cola, el de Perros metafóricos, a raiz de la obsesiva aparición de estos en la rutilante poesía de Agudelo Arcila. Perros como perros y perros como metáforas.

Perros como símbolos y perros para personificar variadas condiciones del ser humano. A ambos nos atrajo el título. En ejercicio de memorización y a partir de recordar en aquel momento el libro de poesía Los perros románticos, del chileno Roberto Bolaño, escudriñamos obras literarias en cuyos títulos se utilizara la palabra perro. La atención recayó en dicho ejercicio. La idea de perros bibliográficos en poesía, cuento y novela, mutó en fantasmal perro literario deambulando por la sala, el corredor y la cocina, mirándonos directo a los ojos, olisqueándonos los zapatos y retando nuestra memoria. En ese momento, no recordamos más allá de seis títulos, entre ellos: Los perros hambrientos, de Ciro Alegría; Ojos de perro azul, de Gabriel García Márquez; La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; El coloquio de los perros, de Cervantes y Los perros de la guerra, de Frederick Forsyth. Bajo los sillones se echaba Luna, perrita de la familia Agudelo atenta al palabrerío del par de escritores ladrando para sus adentros. Subsistió el título: Perros metafóricos. Breve como el de Bolaño y reflejando intenciones filosóficas y estéticas de Carlos Alberto en su libro.

De regreso a Calarcá, como perro propio, la idea de estos animales en títulos de obras literarias jadeó tras de mí, melosa e insistente, invitando a buscar más libros en los citados campos cuyos títulos incluyeran la palabra perro, en singular, plural, femenino o masculino. No excluí tal obsesión. Todo tema es sugestivo si se circunscribe en un marco determinado, enriqueciéndolo con información clara. Para el juego de la literatura, no hay temas trascendentes o vanales. La intensidad del texto depende de la pasión puesta por el escritor. No puedo dejar de recordar, al escribir sobre perros, tres chistecitos cándidos aprendidos en mi infancia.

 El primero. Un perro aconseja a otro: “Te ves muy desganado, debías ir donde el veterinario”. “Ya fui y me dijo que orgánicamente estoy bien”. “Entonces visita al siquiatra”. “No, porque mi amo me tiene prohibido subirme a los sofás”.

El segundo, un poco trágico. Un señor entró a una cantina y en voz alta dijo: “¿Quién es el dueño del gran danés que está afuera? Mi chihuahua lo mató… ¡Se le quedó atrancado en la garganta!”.

Y el tercero… Un perro está en venta. Un cliente se acerca y el animal le advierte : “Mi amo me pega y no me da de comer. Me tiene envidia porque he ganado varios premios y medallas. No me deja dormir ni me lleva a pasear. Hoy cumplo cinco meses sin aparearme”. El cliente, estupefacto, se dirige al dueño diciéndole: “Oiga, este perro es una maravilla. ¿Por qué quiere venderlo?”. “Es muy mentiroso y manipulador”, responde aquel.

Tan pronto llegué de Caicedonia  -por aquellos días no tenía internet en mi hogar- revisé el índice de autores de la célebre Colección Austral, Espasa-Calpe de Madrid, entre cuyos 1.298 títulos del libro consultado solo encontré dos con la exigencia requerida: La señora del perro, de Anton Chéjov y El perro del hortelano, de Lope de Vega. Nada más, entre  tan copiosa bibliografía. Encontré, sí, cabras, toros, esfinges, leones, bueyes, sirenas, tigres, ciervos y ruiseñores. Nuevos temas. Otras ideas solicitando atención y párrafos. Buscando aterrizar en las páginas en blanco. Entre todos, el perro es el animal frecuente en títulos de obras literarias. Prevalece sobre los demás animales. Conservo entre mis notas de agenda y tareas para realizar, un fabuloso zoológico de títulos con tales características.

En otros catálogos revisados, no encontré uno solo. Esto aumentó mi interés por la indagación propuesta. Luego apareció internet, con sorprendentes resultados y sitios semejantes a los del propósito en mente. Por allí trajinaban jaurías  protagonistas de obras literarias antiguas y modernas. El mejor amigo del hombre no descansaba en el hogar nada más. También hacía parte de su existencia en la literatura. El placer literario de la consulta da intensidad al hecho de la escritura. Revitaliza textos incrementando sus posibilidades de expresión. Un elemento básico para el escritor en su oficio, debe ser la tenacidad con cuanto pretende decir, con las palabras próximas a nacer o con aquellas en desarrollo.

No contemplo la posibilidad remota de un periodista, un columnista, un poeta, cualquier trabajador de la palabra, afirmando carecer de temas para escribir.  Algo inaudito. Además de internet, otras fuentes nutrieron  mi obsecación en jubiloso recorrido por libros y autores de varios siglos, experiencia que no quedó solo  dentro del ámbito literario. En la calle, cuando observo perros y los relaciono con fastuosos  títulos encontrados, hay en tal percepción otros niveles de fraternidad para con estos. Dejan de estar distantes de mi conocimiento. Surge con ellos una familiar proximidad donde el afecto nos hermana.

Mi imaginación los engalana con cualidades resaltadas por títulos de los libros. En perros reales cercanos a mi rutina de profesor y escritor, encarnan metáforas del afecto y la lealtad. Para mí es una fiesta cotidiana de sensaciones, sentimientos e imágenes transformándome a cada perro en una revelación de la vida. Este ejercicio, dándoselo a conocer a estudiantes de escuelas, colegios y universidades, sensibles frente a tales compañeros del hombre, podría convertirse en factor de inducción para la lectura y el respeto hacia los perros parias. No recopilé títulos en otros idiomas. Solo en español.

Los perros llevan junto al hombre 14.000 años acompañándole y justificándole su sentido de la amistad. ¿Cuál amante de los perros y la literatura, extravagante y cariñoso, coleccionaría libros de cuentos, poesía, novela, teatro y ensayo, donde los títulos tengan la palabra perro? Conozco centenares de manías y decenas de maniáticos y colecciono coleccionistas de todo tipo de objetos, pero tal vez el único capaz de hacerlo es Gog, personaje excéntrico  de dos satíricos libros del escritor italiano Giovanni Papini. Entre las reglas de mi búsqueda,  me propuse no incluir títulos de libros ajenos a lo literario.Estos son algunos:

El perro rabioso, de Horacio Quiroga. Cuentos.
Corazón de perro, de Mijaiel Bulgakov. Novela.
Oscar, un perro entre los hielos, de Nils Lied. Novela.
La balada de la playa de los perros, de Cardoso Pires. Novela.
Los perros de Riga, de Henning Nankell. Novela.
La dama de los perros, de María Eugenia Leefmans. Novela.
Perros héroes, de Mario Alfredo Bellatin. Novela.
Suerte de perros y otras historias. José Fernández de la Sota. Cuentos.
El perro y la calentura, de Pedro  de Espinoza.
El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon. Novela.
Los perros del paraíso, de Abel Posse. Novela.
La paseadora de perros, de Schnur Leslie. Novela.
Volveré con mis perros, de Ednodio Quintero. Cuentos.
La isla de los perros, de Patricia Cornwell. Novela.
La perromaquia, de Pisón y Vargas.
Perromaquia, de Nieto y Molina.
El perro de Baskerville, de Arthur Conan Doyle. Novela.
Los perros mudos, de Miguel Barnet. Fábulas.
Dos perros y una abuela, de Olga Morkman. Novela.
El perro acomplejado, de Altair Tejada. Cuentos.
Un perro amarillo, de Walter Mosley. Novela.
Perro blanco, de Romain Gari. Novela.
El perro canelo, de George Simenon. Novela.
El perro de Arturo, de Ginnete Anfousse. Novela.
El perro de colores, la oveja negra y la liebre miedosa, de Irina Korschnow. Novela.
El perro de Dostoiewski, de Luis Martínez de Mingo. Novela.
El perro de Isabel,  de Jesús Ballaz Zabalza. Cuentos. El perro de Pablo y Ana. Cuentos.
Perro de mar Williams y el norte congelado, este es el cuarto terrible cuento del espectro espeluznante, de Vivian French. Cuentos.
El perro de terracota, de Andrea Camilleri. Novela.
El perro del capitán, de Ricardo de la Vega y Oreiro. Teatro.
El perro del cerro y la rana de la sabana, de Ana María Machado. Cuentos.
El perro diabólico, de Frederick Marryat. Novela.
El perro Dín-Dón, de Blanca de los Ríos. Novela.
Harry es un perro con las mujeres, de Jules Feiffer. Novela.
El perro, el chivo y los tigres, de Aquiles Nazoa. Cuentos.
El perro, el coyote y otros cuentos mejicanos, de varios autores. Cuentos.
Un perro en la casa del amor, de Alex Fleites. Poesía.
El perro loco, de José Luis Castillo. Novela.
El perro malo, de Enid Blyton. Cuentos.
Perro negro en Manila, de Alex Garland. Novela.

Relataré una anécdota de perros para hacer menos abrumador este canino desfile de títulos, autores y géneros literarios donde predomina la novela. La encontré en el Diccionario de rarezas, inverosimilitudes y curiosidades, de Vicente Vegs, Barcelona, 1972, Editorial Gustavo Gili. En la sección dedicada a la palabra perro, se cuenta la historia  “del fiel perrito alemán llamado Schwarz. Su amo, un profesor de la Universidad de Heidelberg, le había enseñado a ir al estanco y traerle una bolsita de tabaco. 

Posteriormente, el profesor se trasladó a otra ciudad, separada 128 kilómetros de la primera. Una mañana, le ordenó al perro: “¡Ve por tabaco!”. El animalito se tiró al suelo aullando y gimiendo, pero el profesor lo arrastró hasta la puerta abierta y el perro partió. Pasaron tres semanas sin que regresara, apareciendo al cabo de ellas, tembloroso y enflaquecido, llevando en la boca una bolsa de tabaco cubierta de polvo, que dejó a los pies de su amo, muriendo después. Más tarde comprendió el profesor que mientras él trató de que el perro fuera por el tabaco al estanco más cercano a su nueva casa, el pobre animal creyó que debía ir al de Heidelberg”.

Sigo con mi parcial lista:

Un perro negro, grande y…peludo, de Andrés Guerrero. Novela.
Perro: o los bocados de la calandria, de María Ángeles Mueso. Poesía.
Perro, perrito, de Daniel Penac. Cuentos.
El perro prodigio, de Richard Arthur Warren Hughes. Cuentos.
Pánico en la Scala: el perro que ha visto a Dios, de Dino Buzzati . Novela.
Perro que no conozcas no le pises el rabo, de Luis Martínez Alean. Proverbios y refranes.
El perro que no sabía ladrar, de Gloria Fuertes. Cuentos.
El perro que nunca existió y el anciano padre que tampoco, de Francisco Candel. Novela.
El perro rastrero, de Francoise Sagan. Novela.
El perro sin terminar, de María Granata. Cuentos.
El perro tatuado, de Paul Maar. Cuentos.
Perro tiene sed, de Satoshi Kitamura. Cuentos.
Un perro tocando la lira y otros poemas, de Euler Granda. Poesía.
El perro Viernes, de Hilary Mckay. Cuentos.
Perro y gato, de Ricardo Alcántara. Cuentos.
El perro y la golondrina, de Richard Creus. Cuentos.
Los perros de la risa amarilla, de Fernando Pinzón Pérez. Novela.
Perros de paja, de Rigoberto Gil Montoya. Novela.
Perros de paja: reflexiones  sobre los humanos y otros animales, de John Gray. Filosofía.
Perros de presa, de Juan Ramón Mercado. Cuentos.
Los perros del cortejo, de Rodolfo Relman.Poesía.
Los perros, el deseo y la muerte, de Boris Vian. Cuentos.
Los perros guardianes, de Paul Nizan. Filosofía.
Los perros ladran, de Truman Capote. Biografías.
El perro y la pulga, de Dimitr Inkiow. Cuentos.
El perro y las liebres, de Antonio Rodríguez Almodovar. Cuentos.
El perro ylosdemás, de Amelia Rodríguez.
Perromundo, deCarlos Alberto Montaner. Novela.
Los perros, de RobertCalder. Novela.
Perros ahorcados, de César Simón. Diario.
Los perros de Acteón, de Avel Artis-Gener. Novela.

En mi agenda perrera gruñen  decenas de títulos más. Uno de ellos, Quién patea un perro muerto, mi libro de cuentos publicado en 2010 por la Biblioteca de autores quindianos. Solo en castellano, el catálogo es voluminoso y muchos de tales encabezamientos inducen a buscar y leer aquellos libros a los cuales se refieren. Escuchemos al comediante Groucho Marx cuando asegura: “Fuera del perro, el libro es el mejor amigo del hombre. Dentro del perro, quizá esté muy oscuro para leer”.





  

viernes, 16 de marzo de 2012

ESCENAS EN EL VIEJO ESTANQUE (2)


                                                    

                                            
Eran dos las ranas, saltando hacia el sereno estanque en la ermita del poeta Bashoo. Nacieron y crecieron juntas. Croaban cuando era necesario croar, silenciándose justo en el tiempo para silencios y cantos apagados entre la yerba o las albercas.

Croaban en cualquiera de las estaciones. Y al amanecer croaban y croaban al anochecer. Con luna llena, menguante o creciente, croaban. No sé las otras, pero este par de ranas en mi historia croaban sin saber nada del haiku. Ignoraban la presencia de poetas asombrados, escribiendo breves estrofas para plasmar la transitoriedad del mundo, la excelsitud del instante, la simplicidad de la vida y el decaimiento de las cosas.

Uno de ellos se llamaba Issa. Con Issa o sin él, croaban las ranas cuando era tiempo para croar aunque nadie escuchara sus melancólicas cantilenas. Issa escribió más de 200 haikus sobre ranas. Quince le dedicó al sapo, a las pulgas más de cien y sobrepasó los dos centenares sobre insectos de luz. La vida trató con dureza a Issa, a quien Blyth, teórico e historiador del haiku japonés, consideró “el más japonés de los poetas de haiku, o quizá de todos los poetas japoneses”. A pesar de su destino siempre en manos del sufrimiento y la agonía, consideró la vida más importante que el arte y fue en la existencia cotidiana donde buscó y descubrió la belleza.

Cuando las dos ranas resolvieron salir de su escondite para vivir en un sitio más fresco, tampoco sabían que en la ermita del poeta estaba, de paso hacia el templo Chookeiji, el maestro zen Bucchoo, sosteniendo inexplicable diálogo con aquel. Bucchoo preguntó a Bashoo: “¿Cuál es la ley de Buda, antes de que el musgo verde brotara?”…

Saltando sobre el blando musgo verde, sin preocuparse por la ley de Buda, solo una de las dos amedrentadas ranas peregrinas llegó al viejo estanque. Buscando un sitio para protegerse , se zambulló rápida mientras su compañera sucumbía entre las afiladas garras de un raudo y hambreado buitre, elevándose con ella  hacia las cercanas colinas, mientras el poeta respondía a su maestro: “Al zambullirse una rana, ruido de agua”.
   
                       El mundo es un efímero rocío
                       y en cada gota,
                       ¡qué violentas quimeras!
                                                            Issa



ESCENAS EN EL VIEJO ESTANQUE (1)






La rana saltó al viejo estanque.

Tras de ella saltó uno de los monjes, sin despojarse de su hábito.

"No eres el iluminado", dijo el Roshi, secándose con el dorso de su mano el agua que chispeó   sobre su rostro.

Otro de los monjes, se arrodilló en la orilla del estanque, introdujo sus manos en el agua y bebió un poco.

"Ofrécele a las ranas que no han saltado ni saltarán jamás", ordenó el Roshi, "y tal vez comprendas qué no es la iluminación".

El más joven de los discípulos, quien  detrás del Maestro escuchaba alerta sus palabras, observando  sus gestos y traduciendo sus silencios de imprevisto le dio un empujón, arrojándolo al estanque.

Desde allí, el sabio maestro vociferó: "Si te quedas ahí, la pierdes. Si te lanzas, también la pierdes. ¡Pronto, haz algo!".

El discípulo cantó: "¡Croac, croac, croac!".
                                      
                   Desmayadamente,
                   después que el agua se apacigua,
                   de nuevo se yergue el crisantemo.
                                                             Basho
  

EL CUENTO QUE NUNCA ESCRIBÍ




Iniciaré el cuento con esta imagen: Decenas de gallinazos hambreados, volando en torno a la torre de la iglesia.

Trece palabras. Al releerlas, resuelvo hacer el primer cambio: Decenas de gallinazos hambreados vuelan alrededor del campanario de la iglesia.

La oración se redujo a 11 palabras y la torre se transformó en campanario. El verbo lo conjugo en presente.

Nueva lectura del texto. Titubeo sobre la cantidad de gallinazos. Podría escribir 50 o 90, por ejemplo, para no recargar el conjunto. Un lugar donde hay muchos gallinazos. El deseo de escribir un dato verídico, ajustado a la realidad de dicha especie en un sitio específico. ¿Busco una referencia concreta, relacionada con los gallinazos, donde se mencione la cantidad de dichas aves  volando en grupo por un espacio preciso?

En mi imaginación, para el efecto narrativo pretendido dentro del cuento, en realidad veo más de un centenar de gallinazos y así quisiera escribirlo, pero pienso en lo ilógico dentro de la naturalidad  para imprimirle a la introducción del cuento. No escribo: Un centenar de gallinazos. Reduzco la imagen a unas decenas nada más y con este hecho infrinjo algo del proceso personal de escritura. Comienzo a pensar en el lector. Hipotéticos lectores sin importancia en este momento. Nunca tendré esos lectores. No viven, en este momento donde la existencia es la del cuento en proceso de escritura.

Me contradigo. Sólo comenzándolo y el cuento  presenta dificultades en el aspecto cuantitativo de los gallinazos. ¿Entonces qué sucederá más adelante, con el desarrollo del mismo? Cada palabra es un inconveniente. Cada frase puede transformarse de manera múltiple, prodigiosa, sin dejar avanzar el cuento. En la primera frase, se detuvo el flujo de los eventos. Y aún no afronto problemas y exigencias de la puntuación. Todavía no contrapongo las palabras con su orden sintáctico y su musicalidad, tan importantes para mí.

He aquí dos posibles maneras de puntuar la frase inicial: Decenas de gallinazos, hambreados, volando en torno a la torre de la iglesia. Con  tal forma de puntuar, destaco el aspecto del hambre. Enfatizo el adjetivo hambreados e imprimo un ritmo lento a la oración.  Segunda forma de puntuar: Decenas de gallinazos hambreados, volando en torno a la torre de la iglesia. Predominio del verbo volar. La releo y su ritmo me atrae más que el anterior. Es más ágil. El movimiento de las aves se apropia del espacio narrativo. La acción de los gallinazos,  resaltando su vuelo, se describe con mayor dinamismo. El vuelo puede incluir el hambre. Si escribo hambreados, en la mente y los ojos del lector surgen otras ideas diferentes a mi visión del cuento.

¿Cuál puntuación selecciono? Con sólo 13 palabras escritas son varios los problemas de escritura y desarrollo del cuento encarados:
a. Puntuación
b. Uso de los verbos y su tiempo
c. Cantidad lógica de gallinazos en vuelo
d. Elección arquitectónica, torre o campanario
e. Ritmo que debo imprimirle al texto

Resuelvo dejar, sin limitarla, la cantidad indefinida de gallinazos. ¿Algún lector podrá imaginar más de cien o, por el contrario, limito al lector cuando le establezco una cantidad determinada de tales aves?
Algo nuevo me inquieta, dentro de la frase inicial:  la altura de la torre de la iglesia debe estar de acuerdo con el vuelo de decenas de gallinazos en torno a esta. Habrá gallinazos que sobrevuelen tal lugar a mayor altura que otros, para no chocar entre ellos.

Tal vez lo mejor es no escribir el cuento. Pensaba en un microrrelato, pero los problemas se multiplican porque al minicuento lo pienso muy refinado en su expresión. Entonces, ¿cuando es una novela qué sucede? La irresponsabilidad del escritor no tiene términos. Para la realidad, es imposible escribir una novela porque en cada frase que  se va a relatar, las posibilidades de otras situaciones y eventos  suman millares.

O el escritor se decide a contarlo de manera vasta, por limpio que parezca el estilo, por claro que parezca el desarrollo de la novela. Y entonces hay entre líneas otras novelas,  nuevos personajes, otras posibilidades de acontecimientos no relatados, esperando allí una leve corrección para darle otro sentido a cuanto iba a expresar el narrador.

He tomado una decisión: primero leeré cuentos donde los personajes sean gallinazos. Indagaré sobre estos animalitos semidomésticos. Los observaré volar y acaso sueñe alguna vez con ellos. Solo después escribiré mi cuento.

-Una sugerencia, amigo escritor, comience leyendo El misterio de las catedrales, de Fulcanelli. Debe replantear en serio la figura de una humilde iglesia en el relato. Es más inquietante  la catedral. ¿O usted no es autor merecedor de catedrales en sus cuentos? Sea menos provinciano, señor Senegal, despréndase de sus iglesias municipales, de sus modestas parroquias y escriba en torno a una magnífica catedral. Están llenas de símbolos. Lea a Fulcanelli y después hablamos.

Decenas de gallinazos hambreados volando en torno a la catedral de Notre Dame…

¿O en torno a la Catedral de San Juan Divino, en Nueva York?
¿O en torno a la Abadía de Westminster?
¿O en torno a la Catedral de Colonia, en Alemania?
¿O El Duomo, de Milán?
¿O la Catedral de San Basilio, en Moscú?
¿O Sant Patrick ´s?
¿O Hallgrimskirkja, en Islandia?

Si elijo una de estas fastuosas catedrales, tendré que cambiar los gallinazos por ángeles o demonios.


miércoles, 14 de marzo de 2012

PRIMERA ANTOLOGÍA TEXTALE DEL CUENTO ATÓMICO





INTRODUCCIÓN


                                               A la memoria de David Lagmanovich.                                                                                                     
                                                                           Para Carlos Paldao, por su dedicación al microrrelato.


Dentro de la minificción y sus reconocidas características de longitud textual, se presentan múltiples extensiones, circunscritas todas a las conocidas exigencias formales del género. Algunas de ellas se arriesgan a experimentar con la máxima sinopsis del texto, las ideas y la estructura. Entre tales formas del relato hiperbreve destaca la que decido nombrar como Cuento atómico, de cero a 20 palabras para contar una historia.

El clásico modelo propuesto es el mítico El dinosaurio, del narrador guatemalteco-mejicano Augusto Monterroso, brevísimo cuento de siete palabras al cual solo aventaja, dentro de la literatura, en profundidad y en capacidad para generar cada día más interpretaciones poéticas y filosóficas por todos los lugares del mundo, El viejo estanque, haiku del poeta japonés Matsuo Basho. Si se escribe como prosa, dicho poema se convierte en el más vigoroso, extraño y trascendente cuento atómico escrito hasta la fecha en la historia de la minificción. Expresa el claro punto de intersección de lo momentáneo con lo eterno y constante.

La acertada definición de André Bellesort sobre el haiku, puede ser válida para aproximarnos a la de Cuento atómico: "Exactitud disfrazada de ensueño; poesía de resplandores y de escalofríos; pequeñas chispas que comunican a los sueños vibraciones infinitas; preciosos abanicos que, en el mismo instante en que se los despliega y se los cierra, hacen pasar ante nuestros ojos el milagro de un gran paisaje". Sobre la rana del viejo estanque circulan centenares de ensayos, interpretaciones y traducciones. Solo al español, he reunido hasta la fecha cerca de cien versiones traídas del japonés, del inglés y del francés.

Ese de Basho, un poema de 17 sílabas, sí, pero en esencia un notable texto literario de intensa y sugerente elipsis poética y metafísica. Un evento y un personaje: el salto a un pozo de agua serena y la rana. Tres versos centrífugos y centrípetos con tanta trascendencia como las siete palabras de El dinosaurio. En un cuento atómico nos encontramos sin rodeos con elementos irracionales jamás explicados por su autor, a quien le basta con anunciar o sugerir. Esto, nada lejos de la observación del matemático Herman Weyl: "No es de extrañar que cualquier pedacito de la naturaleza que elijamos (estas gafas o cualquier otra cosa) posea un factor irracional que no podemos ni podremos explicar jamás y que lo único que podemos hacer es describirlo, como en la física, proyectándolo sobre el telón de lo posible". El telón del cuento atómico es la página en blanco, la capacidad de asombro del lector, la parte inferenciadora de su cerebro. Defino el Cuento atómico como una minificción de 0 a 20 palabras, sin cuantificar las del título, capaces de evocar, enfocar, visualizar y describir una situación determinada con personajes directos o indirectos, identificables en espacios y tiempos definidos. En ocasiones, al cuento atómico se le puede encontrar introducción, nudo y desenlace sintéticos, sin que tales elementos sean necesariamente visibles para la estructura del mismo. Aquí está la esencia del principio dramático de "las tres unidades": un hecho, en un lugar limitado, con un número restringido de personajes".

Este supremo minimalismo es perceptible en los cuentos atómicos, siempre y cuando se lean con atención, sin condicionamientos por los criterios literarios, formales y estéticos del cuento clásico, extenso. El cuento atómico es siempre minificción y esta se caracteriza por su extrema "brevedad y la presencia de ironía literaria, todo lo cual propicia una estructura paradójica y una relectura cuidadosa" según señala el teórico mejicano Lauro Zavala, notable estudioso del minicuento en lengua española. En su ensayo El cuento ultracorto: hacia un nuevo canon literario, Zavala propone tres tipos de cuentos breves: el cuento corto, de 1.000 a 2.000 palabras; el cuento muy corto, de 200 a 1.000 palabras, y los cuentos ultracortos, de 1 a 200 palabras.

Explica Zavala: "Esta clase de microficciones tienden a estar más próximas al epigrama que a la narración genuina. El crítico alemán Rüdiger Imhoff señala en su estudio sobre las metaficciones mínimas que para su comprensión cabal es necesario desviar la atención de las consideraciones genéricas acerca de lo que es un cuento, y dirigirla hacia el asunto más fundamental, que es la escala, es decir, la extensión de estos textos".

Dentro de la escala señalada por Imhoff, ningún cuento más representativo que el atómico, identificable por su brevísima extensión, la cual le hace reconocible a simple vista aún dentro de los cuentos ultracortos, pues no ocupa en la página más de tres renglones. Su impacto visual sobre el lector es instantáneo. Induce a la lectura, la relectura y la reflexión. Un cuento atómico puede ser leido muchas veces, repensado múltiples ocasiones gracias a su extensión, lo cual no sucede con los relatos largos.

Luis Barrera Linares, ensayista venezolano y erudito investigador de la historia y teoría del microrrelato, nombra como TU (texto ultracorto) a la "categoría literaria de diversa fisonomía discursiva que puede abarcar narraciones, poemas, epígrafes, epitafios, grafiti, adivinanzas, retahílas entre otros, pero cuya organización textual es completa (no fragmentaria) y no supera las cuatro líneas o las treinta palabras autosemánticas". Para mí, según lo propongo en esta Primera antología TEXTALE del cuento atómico a la cual invito en particular a cuantos Textaleros escriban microrrelatos y se ajusten a las normas requeridas, a los escritores registrados en REMES (Red Mundial de Escritores en Español) y en general a otros lectores y escritores navegando por estos espacios, el cuento atómico para ser considerado como tal debe ser un texto con fisonomía discursiva de relato que no supere las 20 palabras en español.

Es posible que al traducirse a otras lenguas uno de estos momentos narrativos, aumente o disminuya dicha cantidad. Cuando aumentan las palabras, deja de ser un cuento atómico. Los signos gramaticales no se cuentan. En sus anotaciones sobre el cuento, Julio Cortázar afirmó que este es para el escritor una especie de sistema atómico con un núcleo en torno al cual giran los electrones. Estos relatos microscópicos son los electrones de la intuición, puestos a la vista por la palabra.

De manera sintética y exigiendo mucho del lector, quien puede leerlo con ligereza debido a la forma misma del microrrelato, restándole importancia literaria, sin ahondar en sus significados o considerándolo un simple chiste, una anotación ingeniosa, el cuento atómico es de notoria fluidez semiótica que transgrede y distiende las fronteras no solo del cuento sino de la microficción misma. En una o dos líneas y en veinte o menos palabras, muchas veces mediante el solo título y la página en blanco, producto del extremo liubanofismo, el cuento atómico posee una situación narrativa única, formulada entre los elementos de anotada triada acción-espacio-tiempo. Algunos de los nombres aplicados al minicuento, pueden ajustarse también al cuento atómico: brevicuento, cuento diminuto, microcuento, cuento en miniatura, nanocuento, cuento instantáneo, relato microscópico, texto ultrabrevísimo, cuento fractal, cuento bonsai o ficción de segundos, entre otros, todos con igual capacidad de evocación.

Así parezca, el cuento atómico no es frase desprendida de un texto mayor. Sus autores lo han escrito y lo escriben como unidad independiente, autónoma en su historia, con un propósito definido y relatando siempre un suceso al cual parece dejársele inconcluso al lector, aunque para el cuentista ya está revelado dentro de la ultracorta estructura del cuento atómico.

Este, cuando es una historia precisa, sucinta, sugerente desde una imagen reveladora donde algo sucede a alguien en un ámbito específico, real o irreal, determinado o indeterminado, objetivo o subjetivo se convierte en la narratológica intuición de una realidad más profunda, más amplia, allende a los límites del lenguaje y la cultura.

John Barth, al referirse en un ensayo a la vieja y nueva ficción, afirma que esta puede ser minimalista en uno o varios aspectos, válidos aquí para la justificación teórica del cuento atómico. Declara Barth: "Hay minimalistas de unidad, forma y escala: palabras cortas, frases cortas, párrafos cortos e historias supercortas... Hay minimalistas de estilo: un vocabulario despojado, una sintaxis desnuda que evita el período y la cadencia, los predicados múltiples y las construcciones subordinadas complejas; una retórica desnuda que elimina por completo el lenguaje figurativo; un tono desnudo, sin emoción. Hay minimalismo de material: personajes mínimos, exposición mínima, mises en scéne mínimas, acción mínima". 

Aquí se retrata al cuento atómico -semejante ciento por ciento al haiku- hermano en prosa del fulgurante poema nipón. Los cuentos atómicos tienen como unidad básica, enmarcadora del texto, el renglón o máximo los dos renglones, donde la vista abarque en su mínima expresión posible todo el cuento. Los ojos perciben de manera instantánea el principio, el desarrollo y el final de la historia.

Los cuentos atómicos escogidos, y cuantos serán seleccionados entre los envíos que se nos hagan para el fortalecimiento cualitativo y cuantitativo de esta Primera Antología Textale del cuento atómico, integrarán un extenso corpus sobre tal subgénero de la minificción, configurándose desde el año 2000 con el propósito de mostrar la existencia de relatos microscópicos semejantes a El dinosaurio, los cuales, sin gozar de la suerte y reputación literarias acompañando por más de medio siglo a dicho texto, poseen igual o mayor fuerza narrativa, igual capacidad de sugerencias y similar intensidad alusiva; conmovedores por su realismo, inabordables algunos por su ambigüedad, gran parte de ellos inmersos en la fantasía y todos con innegables desafíos culturales para el lector.

Los cuentos atómicos tienen lugar concreto dentro de la literatura, a lo largo del desarrollo postmoderno del cuento y la historia de la minificción en lengua española, con sus múltiples propuestas y experimentaciones minimalistas. Este subgénero del microrrelato, es símbolo y producto de la visión intuitiva de la realidad. Es una práctica, cuando se escribe con conciencia tanto de la escritura por ella misma como del contenido expresado por esta, estética y espiritual por excelencia, donde el narrador se libera de los límites del lenguaje.

Experiencia del estado presimbólico donde importa no cuanto se dice, sino aquello no dicho pero esbozado en 20 o menos palabras estructuradoras del cuento. Son fundamentales para su efecto narrativo, para la sensación literaria y el impacto argumentativo, tanto la intensa y desconceptualizada relación entre lo dicho y lo no dicho, como lo expresado con lo no expresado, lo visible y lo invisible, lo metafórico y lo concreto.

Una sincera revelación para quienes deseen escribir cuentos atómicos: se puede hacer luego de la minuciosa, profusa, lúcida y desprejuiciada lectura de cuentos atómicos de incontables autores -profesionales o legos-, como también a partir de indagar en teoría y crítica del minicuento. En ambos casos, hay complementariedad y retroalimentación. El efecto de este tipo de refinado relato, para valorar su condición estética y su validez narrativa, lo describe con acierto el filólogo español José Luis González, al referirse al microrrelato especificando que su autenticidad estriba "en que aguante el pulso de dos lecturas al menos. En una primera lectura una obra de estas comprimidas dimensiones puede apabullar la vista con el relumbrón de su final, de su concepción, de su extraña e inapresable coherencia y su segunda lectura, cuando está descubierta la magia, el truco, la parte de atrás del escenario, puede añadir luces que no habían destacado en la primera elección".

Como ninguno otro, un cuento atómico puede leerse muchas veces sin fatiga, con creciente interés. En cada nueva lectura se puede entender mejor al acrecentarse sus sentidos e interpretaciones, sus alternativas de nuevos significados. Al lector atento, podrá inspirarle otras ideas estimulándole el deseo de escribir algo semejante. Como pocos géneros literarios lo hacen, el cuento atómico abre puertas del subconsciente para que el lector penetre con sus propias consideraciones, su bagaje cultural, su talento, sus cualidades de expresión escrita, en el territorio narratológico de tal forma minimalista literaria.

No es mi intención desarrollar aquí la historia del cuento atómico, citando autores y obras con textos que no transgredan el límite de las 20 palabras. Es vasta la bibliografía. Llamo la atención, por ser padre del cuento atómico, hacia el escritor francomejicano Max Aub y su libro Crímenes ejemplares (1956) obra donde el polifacético narrador incluye cerca de un centenar de microrrelatos con características propias del cuento atómico. A su vez, pionera también del subgénero, la narradora argentina Ana María Shua en su libro La sueñera (1984) tiene indiscutibles muestras de este. El dramaturgo, narrador, cineasta y místico chileno Alejandro Jodorowsky, en su obra El tesoro de la sombra (2005) incluye medio centenar de dichos relatos microscópicos con alto contenido filosófico y sicológico. En Falsificaciones (1966) del escritor argentino Marco Denevi, clásico del minicuento latinoamericano, hay varios atómicos. El venezolano Rigoberto Rodríguez, en Antifábulas y otras brevedades (2004), reúne microficciones inscritas dentro de la más auténtica expresión del cuento atómico. En otro libro, clásico y referente obligatorio del minicuento en lengua española, El gato de Cheshire (1965) del argentino Enrique Ánderson Imbert, hay varios cuentos atómicos.

Ánderson se refiere a sus microrrelatos así: “También mis cuentecillos son mónadas , átomos psíquicos en los que se refleja, desde diferentes perspectivas, la totalidad de una visión de la vida”. Si al vocablo “atómico” quisiéramos conferirle marco referencial en el tiempo y la literatura, tal fundamento descansaría en el prólogo de Enrique Ánderson Imbert a su citado volumen de puras intuiciones, donde la técnica le constriñó a darles  cuerpo dibujado en dos tintas, una deleble y otra indeleble. Los cuentos atómicos se escriben con tinta deleble. El argentino menciona, de manera metafórica, los átomos psíquicos. Para mí, cada cuento es un átomo físico concreto fuerza literaria comprimida pronta al estallido narrativo cuando se escribe y cuando se lee.

El cuentista y matemático mejicano Luis Felipe Hernández, con su libro Circo de tres pistas y otros mundos mínimos (2002) se sumó al agudo coro de los escritores de cuentos atómicos. Acopia una de las más significativas muestras de tales textos. Para Guillermo Samperio, Hernández es “un pulcro orfebre de la miniatura literaria”. En Colombia, donde la denominación de cuento atómico nace en Calarcá, Quindío, cultivan dicha forma narrativa el poeta y cuentista quindiano Alfonso Osorio Carvajal, el cronista calarqueño Hugo Aparicio y, de manera continua, rigurosa y metódica, el autor de este ensayo y compilador de esta antología, Umberto Senegal.

Es conocida por algunos la aseveración de Barthes sosteniendo que el texto literario no adquiere su sentido total, no llega a su expresión máxima sino cuando el lector, aportando sus experiencias, dejando de ser elemento receptivo, lo convierte en objeto de significado que necesariamente será pluralista. Sin poner límite a las propuestas interpretativas que pueda inspirar a sus lectores, el cuento atómico está más abierto que otras expresiones narrativas a la imaginación del lector.

Escogí el máximo de 20 vocablos solo para contrastarlos con aquella tradicional medida del cuento clásico donde algunos estudiosos y críticos cuantifican a la narración breve 20.000 palabras para ser leídas en un lapso de una a dos horas. Restamos 19.980 con el fin de llegar a un campo narrativo desde el cual pueda contarse una historia sin recurrir a tales excesos literarios. Novalis lo explica de manera racional cuando señala que “las diferenciales de lo infinitamente grande se comportan como las integrales de lo infinitamente pequeño, porque son una misma cosa”. Un cuento atómico es la integral visible de algo más pequeño. Es la dimensión narrativa escrita de lo intuitivo, soñado e imaginado.

El cuento atómico, como podrán verificarlo quienes desde hoy sigan la serie de textos seleccionados que con periodicidad aparecerán en TEXTALE, en conjuntos de veinte autores o veinte atómicos de un solo narrador cuando sea necesario presentarlos, lleva al extremo esa tendencia general del arte moderno donde se evitan las redundancias, es imperativo el rechazo de la ornamentación innecesaria, se eluden los desarrollos extensos y se rechaza lo ampuloso para destacar las líneas puras, el concepto transparente y la idea directa dentro del relato.

No está de más traer acá la opinión de W. Benjamin, quien amplía la afirmación de Valéry: “El hombre contemporáneo ya no trabaja en lo que no es abreviable”. Escribe Benjamin: “De hecho, el hombre contemporáneo ha logrado incluso abreviar la narración. Hemos asistido al nacimiento del short story que, apartado de la tradición oral, ya no permite la superposición de las capas finísimas y translúcidas, constituyentes de la imagen más acertada del modo y manera en que la narración perfecta emerge de la estratificación de múltiples versiones sucesivas”. Para no extender esta introducción, invito a aplicarle al cuento atómico cuanto Juan Armando Epple escribe sobre el cuento brevísimo: “En todo caso, el criterio fundamental para reconocerlos como relatos no es su brevedad sino su estatuto ficticio, atendiendo específicamente al estrato del mundo narrado. Creemos que lo que distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación narrativa única formulada en espacio imaginario y en su decurso natural”.

El objetivo de todo cuento atómico es el despojamiento de lo superfluo para revelar lo necesario, lo esencial en el relato. Un cuento atómico es holístico y fractal. Debe permitir una lectura satisfactoria como cuento o relato, permitiéndole al lector imaginar o recrear sentimientos, emociones, ensueños e ideas a partir de un evento sugerido.

MAX AUB (1)
(1903-1972)
(Francia- España-Méjico)

No tituló sus textos. La numeración acá incluida corresponde a mi selección, siguiendo el orden como aparecen en una de las ediciones de Crímenes ejemplares. No atañe a la obra.

l. Lo maté porque era de Vinaroz. 
(6 palabras).

2. -¡Antes muerta! –me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto! 
(13 palabras).

3. La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor. (19 palabras).

4. Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio. 
(18 palabras).

5. Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.
(10 palabras). 

6. Lo maté porque, en vez de comer, rumiaba. 
(8 palabras).

7. Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite. 
(19 palabras).

8. ¿Usted no ha matado nunca a nadie por aburrimiento, por no saber qué hacer? Es divertido. 
(16 palabras).

9. ¡Que se declare en huelga ahora! 
(6 palabras).

10. Lo maté porque me dieron veinte pesos para que lo hiciera. 
(11 palabras)-

11. Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella. 
(16 palabras).

12. Lo maté porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano! 
(14 palabras).

13. ERRATA.
Donde dice:
La maté porque era mía.
Debe decir:
La maté porque no era mía. (15 palabras).

14. Lo maté porque no pensaba como yo. 
(7 palabras).

15. Lo maté porque era más fuerte que yo. 
(8 palabras).

16. Lo maté porque era más fuerte que él. 
(8 palabras).

17. Lo maté porque me dolía el estómago. 
(7 palabras).

18. Lo maté porque le dolía el estómago. 
(7 palabras).

19. ¿Por qué había de emperrarse así en negar la evidencia? 
(10 palabras). 

20. Había jurado hacerlo con el próximo que volviera a pasarme un billete de lotería por la joroba. 
(17 palabras).