viernes, 31 de agosto de 2012

VERSÍCULOS DEL DEMONIO (10)





10 Ata el cordón del zapato y prepárate para el eterno retorno de lo mismo.
2 Aféitate para la resurrección de los muertos.
3 Que no te engañe la aparente simpleza de uno más uno igual a dos.
4 Toda esta gente a tu lado es señal de cualquier mensaje: descífralos.
5 Eres el verso inconcluso que se repite a diario en mis sueños y mis poemas.
6 Siempre en un día cualquiera, siempre como de costumbre.
7 Mírala. ¿Para qué sigue desgarrando cuanto llegó desgarrado y abierto al mundo?
8 Dibuja el horizonte mientras aletean las moscas sobre la copa.
9 Tan pronto se derrumban los minutos, vana toda línea.

VERSÍCULOS DEL DEMONIO (9)





9 Recorre muchas calles con tu ropa chorreando agua.
2 El paisaje no te engaña: acarícialo con tu mirada.
3 Tiende las camas donde dormirán los puñales quebrados.
4 Aprieta el carbón contra el azul amanecer del barrio.
5 ¿Qué te sostiene? Dialogas con las voces de esos discos y libros y sin embargo no enloqueces.
6 Quédate sólo con las vocales en esos libros. El desconcierto de las consonantes en estampida.
7 Al diccionario de tu pasado le faltan cinco páginas y las demás están en blanco.
8 Cuando al final llegues al final.
9 Roe en las sombras un pasillo de mármol blanco.

VERSÍCULOS DEL DEMONIO (8)




Considerando la velocidad con que te empujan la vida y el mundo, mira sin prisa tu reloj.
2 Decídete: el laberinto, la metáfora, la palabra o el silencio aunque no te decidas.
3 Rompiendo mis máscaras, arrojándolas. Y tras de mí alguien que las rehace.
4 Alguna probabilidad de que escape del remanso la sombra del ave.
5 Cuando el Golem y el perro se encontraron quisiste caminar tras ellos.
6 No es posible la palabra mientras sobrevivan las preguntas sin respuesta. O las simples preguntas.
7 Escribirás sólo el centro de las oraciones: ni principios ni finales.
8 Deduce de cada minuto la eternidad sin contabilizar sollozos.
9 Cargas otra forma de locura. En algún lugar están tus observadores compadeciéndote.


miércoles, 8 de agosto de 2012

LOS GUADUALES DEL QUINDÍO





Reverencio la imperturbabilidad, serena o entre el viento, y a veces bajo la lluvia, onírica entre la neblina, como se encorvan las guaduas y guaduales de mi región.

Son verticales y a veces oblicuos poemas verdes sin palabras. Ellos son la metáfora concreta del paisaje. Nada simbolizan: son la prolongación vertical de las superficies rurales del Quindío. Danzas sin esquemas trazados para levitación de los sólidos, para la complementadora presencia de los demás colores y la incesante manifestación impresionista de los verdes desde el amanecer hasta el anochecer. 

Un fotógrafo podría captar las decenas de verdes de un guadual si no tiene prisa para esperar el paso de los minutos sobre ellos, el vuelo de las aves, las mariposas y la luz del sol o de la luna y las estrellas sobre estos. En particular del verdequindío. 

Solo en este lugar del mundo existe el verdequindío, síntesis de los 103 tonos del verde registrados por la cromatografía. Estos son algunos y todos se esparcen por los doce municipios del Quindío, sobre sus frutas, desde sus flores, por la frondosidad de sus árboles o entre la humilde presencia de las exiguas yerbas: Turquesa, umbra verde, verde abedul, verde abeto, verde cromo, verde eucalipto, verde fieltro, verde heliógeno, verde lago, verde mayo, verde ópalo, verde pino, verde sólido, verde viridiano…

El verdequindío es el tono 104. Reverencio la verde condición de las guaduas doblándose en ángulos de recatada altivez. Son dúctiles y soberbias. Arquitecturales, para estilar este neologismo adaptable a los movimientos de un guadual bajo el viento o entre aguaceros. Se mecen solas o en conjunto, acentuando su verde enlluviado. Verde brisa y viento verde. Las extensiones de verde en el Quindío, desde una hoja de yerbabuena perfumando la mano hasta las oscuras montañas, siluetas del horizonte, son elementos capaces de inducir un satori.

Incorpórea danza de la fronda quindiana, consolidando la identidad sacra y sosegada de nuestro paisaje. Por todos los rincones de los pueblos quindianos, hay guaduales danzando. No confíes en su aparente rigidez. Es una de nuestras riquezas naturales. Si no sabes ver un guadual o percibir una guadua, si a pie o en automóvil no tienes tiempo para contemplar los guaduales, para leer cuanto con levedad rasguean en el aire más transparente de Latinoamérica, evita entonces visitar este departamento porque te perderás su mayor manifestación poética y pictórica: los guaduales. 
Las guaduas en movimiento o inmóviles, en cualquier hora del día o la noche, se revisten con los colores del amanecer o del atardecer, sin menoscabo de su color. Cuando los guaduales están inmóviles, cuando cada guadua medita, quieta y silenciosa, están mirándote de frente aunque parezcan buscar algo en el suelo. Son tan serenas. Tan de todos los verdes.


EL PASO DE LOS AÑOS




                                                               

Míreme bien. Viejo tan viejo no soy, como para no darme cuenta del paso de los años por este pueblo y este barrio. Esa niña por quien usted pregunta, era la más hermosa destos lados. Y para qué, no son exageraciones, también la más sensual del pueblo y de su edad. Las mayorcitas le cargaban envidia. Unos la deseaban de frente y la mayor parte a escondidas. De 13 años recién cumplidos, la vi salir por esa puerta del frente, la de madera verde donde está durmiendo el perro. Le dijo a su mamá y a sus cuatro hermanitos cuando regrese volveré rica para sacarlos deste barrio y ponerlos a vivir bien. Cómo no iba a escucharla si a mí también me hizo promesas parecidas.  La silla de ruedas. Se fue sin despedirse de nadie más. No le digan nada a mi perro, recomendó, en serio. Con un morralito donde llevaba la única ropa que tenía. Y esa belleza que todos volteaban a mirarle.

Regresó a los siete años, transformada en una mujer de 40. Trajo esta niña de cinco. Es el paso de los años, mijo. Solo faltan ocho para que ella también se vaya. Tal vez ella sí consiga con qué comprarme la silla de ruedas. Mijo, hay que tener paciencia y yo, viejo tan viejo no soy.




PRIMO LEVI Y YO


                                                     





El narrador Primo Levi, en sus Conversaciones con Ferdinando Camon (1996) le confiesa: “Cuando estaba en el campo de concentración, tenía siempre el mismo sueño: Regreso, vuelvo con mi familia y les cuento pero no me escuchan. La persona que está delante de mí, no me escucha. Se da media vuelta y se marcha.
En el campo, cuando conté este reiterativo sueño a los otros prisioneros, amigos míos, me respondieron: “A nosotros nos ocurre igual”.
Impresionado con la conmovedora anécdota cuyo tema parece arrancado de la más dramática página que Kafka nunca se atrevió a escribir, cuando la relato a mis amigos todos se dan media vuelta y se marchan.  



ENTREVISTA PÓSTUMA CON JACQUES DERRIDA




                                          
 Umberto Senegal: Señor Derrida, tengo una confusión entre las palabras pensar y pesar, tal vez usted quiera…

Jacques Derrida:  “Ciertamente, para reconocerle una carga cuyo alcance intentaré pesar dentro de un momento, para sopesar entonces su gravedad, para aguantarla, cuando no para pensarla. ¿A qué se llama “pesar”? ¿A un pesaje? Tanto en latín como en francés, pensar es también pesar, compensar, contrabalancear, comparar, examinar. Para esto, para pensar y pesar, es preciso pues llevar (tragen, quizá), llevar en sí y llevar sobre sí. Suponiendo que pudiéramos apostarlo todo a la etimología  -cosa que yo no haría nunca-, está claro que no tenemos en francés la suerte de esa proximidad entre Denken  (pensar) y Danken (agradecer). Nos cuesta traducir preguntas como las que hace Heidegger en Was heisst Denken. Sin embargo, aunque no tengamos la suerte de esa colusión o ese juego entre pensamiento y gratitud, y aunque el intercambio del agradecimiento corra siempre el riesgo de ser una compensación, en nuestras lenguas latinas tenemos esa amistad entre pensar y pesar (pensare), entre el pensamiento y la gravedad. Entre el pensamiento y el llevar sobre sí”.

Umberto Senegal: Muy bien, me queda claro. No había caído en la cuenta de cuanto usted me especifica. Esa sutil diferencia entre el Denken y el Danken heideggerianos. Por un lado,  lo entiendo, pero por otro lado…

Jacques Derrida: Amigo Senegal, “no desplegaré aquí –no dispondré de tiempo para ello y he intentado ya hacerlo en otro lugar- protocolos de naturaleza teórica o metodológica. No diré nada en forma directa de la frontera infranqueable –aunque siempre abusivamente franqueada- entre, por un lado, indispensables enfoques formarles pero así mismo temáticos, multitemáticos, atentos, como tiene que estarlo toda hermenéutica, a los pliegues explícitos e implícitos del sentido, a los equívocos, a las sobredeterminaciones, a la retórica, al querer decir intencional del autor, a todos los recursos idiomáticos del poeta y de la lengua, etc, y, por otro lado, una lectura-escritura diseminal que, esforzándose por tomar en cuenta todo eso y dar cuenta de ello, respetar su necesidad, se dirige también hacia un resto o un excedente irreductible. El exceso de ese resto se sustrae a cualquier reunión en una hermenéutica. Vuelve necesaria esta hermenéutica, la vuelve también posible, entre otras cosas, la huella de la obra poética, su abandono o su supervivencia más allá de tal o cual firmante o de cualquier lector determinado Sin ese resto ni siquiera existiría el Anspruch, la conminación, el reclamo ni la provocación que canta o hace cantar en todo poema”.

Umberto Senegal: Tal excedente irreductible de naturales características hermenéuticas, me induce a pensar en su relación con el acontecimiento. Y vuelvo a pensar en Heidegger…

Jacques Derrida: No se equivoca en su relación, apreciado poeta. “Curiosamente, en la medida al menos en que el pensamiento de la Ereignis en Heidegger no estaría tornado solamente hacia la apropiación de lo propio (eigen) sino también hacia una cierta expropiación que el mismo Heidegger nombra (Enteignis). La prueba a que nos somete el acontecimiento, aquello que en la prueba a la vez se abre y resiste a la experiencia, es, me parece, cierta inapropiabilidad de lo que sucede. El acontecimiento es lo que sucede y al suceder llega a sorprenderme, a sorprender y a suspender la comprensión: el acontecimiento es ante todo lo que yo no comprendo. O mejor: el acontecimiento es ante todo que yo no comprenda, el hecho de que yo no comprenda: mi incomprensión. Este es el límite, a la vez externo e interno, sobre el que quisiera insistir aquí: aunque la experiencia de un acontecimiento, el modo bajo el cual nos afecta, precisa un movimiento de apropiación (comprensión, reconocimiento, identificación, descripción, determinación, interpretación a partir de un horizonte de anticipación, saber, denominación, etc.), aunque este movimiento de apropiación sea irreductible e inevitable, solo hay acontecimiento digno de este nombre en donde esta apropiación fracasa en una de las fronteras. Pero en una frontera sin frente ni confrontación, una frontera contra la cual la incomprensión no choca de frente, pues ella no tiene la forma de un frente sólido: ella se escapa, permanece evasiva, abierta, indecisa, indeterminable. De ahí la inapropiabilidad, la imprevisibilidad, la sorpresa absoluta, la incomprensión, el riesgo de engañarse, la novedad inanticipable, la singularidad pura, la ausencia de horizonte”.

Umberto Senegal: Lo comprendo cabalmente, señor Derrida, no se me escapa nada de cuanto me explica ni intento apropiármelo. Aunque, al escucharlo, no sé si corro el riesgo de engañarme. Sus razones calan hondo, son fuertes, provienen de un pensamiento vigoroso…

Jacques Derrida: “Esta doble cuestión (a la vez semántica e histórica, por turno semántica e histórica) habrá dado cuenta de mí; y habré tenido que ceder tanto ante su fuerza como ante su derecho. Su razón, la razón del más fuerte, habrá sido la de la mayor fuerza. Como acabo de decir “a la vez semántica e histórica, por turno semántica e histórica”, diciendo así por turno “a la vez” y “por turno”, inscribo aquí, nada más empezar y de una vez por todas, un protocolo que debería velar sobre todo lo que viene a continuación. Cada vez que diga “vez”, “a la vez”, “una que otra vez”, “dos veces”, “cada vez”, “toda vez que”, “de vez en cuando”, “algunas veces”, “otra vez”, “en vez de”, hay implícita una referencia al turno y al retorno. Y esto no se debe solamente a la etimología latina de la palabra “vez”, es decir, esa extraña palabra vicis que no tiene nominativo, solamente genitivo, acusativo, vicem, y ablativo, vice, cada vez para significar el turno, la sucesión, la alternancia o la alternativa (esto rota invirtiéndose, por turno, alternativamente o viceversa, como en viceversa o en “círculo vicioso”).

Umberto Senegal: Ya lo veo. Cada vez que lo escucho, bien por el lado semántico o el histórico, mis pensamientos se ordenan, hay claridad no solo desde cuanto me explica sino en mi íntima asimilación de sus ideas, señor Derrida. Lo entiendo como la posibilidad de la comprensión, en este caso, dialogando con usted, mi particular posibilidad del menos fuerte, no im-posible…

Jacques Derrida: “Le contrapondré, en primer lugar todas las figuras de lo que sitúo bajo el epígrafe de lo im-posible, de lo que debe seguir siendo (de una forma no negativa) ajeno al orden de mi posibles, al orden del “yo puedo”, de la ipseidad, de lo teórico, de lo descriptivo, de lo constatativo y de lo performativo ( en la medida en que este último implica todavía un poder del “yo” garantizado por unas convenciones que neutralizan la acontecibilidad pura del acontecimiento: y la acontecibilidad del por-venir excede también esta esfera de lo performativo). Aquí se trata, al igual que en la venida de cualquier acontecimiento digno de ese nombre, de una venida imprevisible de lo otro, de una heteronomía, de la ley que viene del otro, de la responsabilidad y de la decisión del otro –del otro dentro de mí más grande y más antiguo que yo”.

Umberto Senegal: Sí, no hay la menor duda de esto. Por ejemplo, la acontecibilidad de este diálogo que ocurre gracias a mi decisión por escucharle, por buscar luces en sus libros capaces de alumbrar al individuo en una época de oscuridades semánticas, lingüísticas y filosóficas donde vida y muerte se nos confunden como ideas o realidad, ¿no cree, señor Derrida? Hay un orden visible…

Jacques Derrida: “Tratándose del orden”, amigo Senegal, “es decir de la subordinación de las cuestiones, de lo que es previo y está preordenado (vorgeordnet) o, por el contrario, de lo que es ulterior y está subordinado (nachgeordnet), Heidegger multiplica las proposiciones programáticas. Estas parecen firmes. Los saberes ónticos (antropológicos o biológicos) ponen en marcha ingenuamente unos presupuestos conceptuales (Vorbegriffe) más o menos claros sobre la vida y sobre la muerte. Requieren, pues, un esbozo preparatorio, una nueva Vorzeichnung a partir de una ontología del Dasein, a su vez preliminar, “preordenada”, previa  a una ontología de la vida. “Dentro de una ontología del Dasein preordenada a una ontología de la vida (Innherhalbder einer Ontologie des lebens vorgeordneten Ontologie des Daseis [Heidegger subraya preordenada: la ontología del Dasein es previa, lógicamente y de derecho, a una ontología de la vida]), la analítica existencial de la muerte está a su vez subordinada (nachgeordnet) a una característica de la constitución fundamental (Grundverfassun) del Dasein”. Dicha característica, a saber, la analítica existencial del Dasein, es, por consiguiente, absolutamente prioritaria; después se viene a subordinar a ella una analítica existencial de la muerte que también forma parte de esta ontología del Dasein. Esta última está, a su vez, presupuesta por una ontología de la vida a la que, por lo tanto, precede de derecho”.
Umberto Senegal: Me lo imaginaba, señor Derrida. ¡Exacto como lo deduje cuando falleció mi abuela! La pobre vieja era muy ignorante y en lugar de solicitar aclaraciones sobre las implicaciones existenciales del Dasein, rogó que le rezaran  un rosario.  Fue mi madre quien lo hizo. Yo salí de la habitación a leer a Heidegger para estar más tranquilo. La escuché toser cuando cerré la puerta y me fui. ¿Su abuela, o su madre, señor Derrida, tosían?

Bibliografía:

Derrida, Jacques: Aporías. Paidos, Barcelona, 1988.
Carneros. Amorrortu editores . Buenos Aires, 2009.
Canallas. Editorial Trotta, Madrid, 2005Aprender por fin a vivir. Amorrortu editores. Buenos Aires, 2006.
La deconstrucción en una cáscara de nuez. Prometeo Libros, Buenos Aires, 2009.
Borradori, Giovanna: Diálogos con Jürgen Habermas y Jacques Derrida. Taurus, Bogotá, 2003.


Nota: Este es un capítulo de mi libro inédito: Entrevistas póstumas con hombres notables del siglo XX. Diálogos imaginarios a partir de textos reales de los escritores, extraídos de sus libros. El objetivo es ridiculizar el discurso vacío, el lenguaje vacío de filósofos y pensadores de nuestra época, oscuros, enredados, intrincados al exponer cualquier idea. Sátira contra la ambigüedad del lenguaje empleado por ellos. Burla contra quienes consideran que la complejidad idiomática y conceptual de una exposición  es inherente a la sabiduría y al conocimiento.



domingo, 5 de agosto de 2012

UN PIONERO DEL MINICUENTO LATINOAMERICANO



 


La Perorata y otras historias (Medellín, 1967) del escritor calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez, fue el primer libro de minificciones publicado en Colombia.

Uno de los primeros en Latinoamérica también, con amplia y cíclica serie de minicuentos demarcando la base del texto no superior a la página o con menor extensión que esta. Sin rodeos, lo enunciaría décadas más tarde el teórico mejicano Lauro Zavala: “Minificción es la narrativa que cabe en el espacio de una página”. Dividido en siete secciones: Primeras historias, Los hombres, Los animales, Horizontes, Charadas, Los órganos y Otras historias, reúne cuentos integrados de concisa unidad estructural o ciclon cuentístico, según lo denomina Forrest Ingram. O secuencia cuentística, como define a este tipo de estructura Gerald Kennedy. Su único antecedente fue el libro de otro calarqueño, Luis Vidales, quien bajo el nombre de Estampillas incluyó en su libro de poesía Suenan timbres (Bogotá, 1926) 20 minificciones. Con La Perorata y otras historias, de manera palmaria Lopera Gutiérrez se erige como el más representativo pionero de la minificción colombiana, al publicar una obra consagrada en alto porcentaje a dicho género con 52 cuentos, de los cuales cuatro exceden la anotada longitud propia de la minificción. En esta reedición, primera que se hace 43 años después de ser impresa por Ediciones Papel sobrante, de Medellín, Colombia, bajo la dirección de John Álvarez García y con un consejo editorial encabezado por los escritores antioqueños Manuel Mejía Vallejo y Darío Ruiz Gómez se excluyen, con autorización del autor, diez cuentos por razones de adaptamiento formal y de paginaje a las exigencias editoriales de Cuadernos Negros.

Esta premeditada mutilación, que no afecta la intención narrativa original, reitera la idea del ciclo cuentístico minificcional planteado por Forrest y que, aplicado a los minicuentos de Lopera, muestra su importancia histórico-literaria. Los textos de La Perorata poseen diversos elementos característicos del minicuento tradicional, su estructura lógica y secuencial rematando en final sorpresivo. En ellos se encuentran la anécdota resumida al máximo, su directo carácter narrativo, prosa sencilla y precisa, lo humorístico próximo a la sátira, el bestiario, las relaciones intertextuales y el poético efecto de la instantaneidad comprimida en un suceso cualquiera.

Este libro del escritor quindiano fue una singularidad cuentística en la época donde no existían referentes teóricos que contribuyeran a darle claridad a un narrador sobre las técnicas y modos de construcción de tan refinadas piezas narrativas. Lopera Gutiérrez debe ubicarse en la historia del microrrelato latinoamericano junto con autores representativos de la llamada por Violeta Rojo, segunda generación de minicuentistas, que incluye escritores para quienes tal forma narrativa era una opción individual, y que partiendo de los años 30 llega hasta los 70 con autores destacados como Julio Torri, Borges, Monterroso, Arreola, Denevi, Cortázar, Cabrera Infante y Anderson Imbert.

Para cuantos en su época pudieron acceder a los minicuentos de Enrique Anderson Imbert, por ejemplo a los Casos, de El Grimorio (1961) pero en particular las fantásticas minificciones de su hermoso libro El gato de Cheshaire (1965), este fue uno de los paradigmas literarios para introducirse en la escritura de tal forma narrativa. Leyéndolo, cualquier lector apasionado deducía qué era un minicuento, de dónde partía y hasta dónde llegaba, qué decía y cómo lo expresaba. Bastaba dejarse permear por la sutileza de sus imágenes, por la encantadora irracionalidad de los eventos o por su caudalosa intertextualidad, para intuir, descubrir y aprehender la esencia de los componentes formales del minicuento. Lopera escribió sus minificciones entre 1965 y 1966 publicándolas en Medellín el 14 de febrero de 1967. Anterior a su libro, por esta década sólo estaban Jorge Luis Borges con El Hacedor (1960); Julio Cortázar, con Historias de Cronopios y de Famas (1962). Marco Denevi, con Falsificaciones (1966); Arreola, y su Confabulario total (1962); analizando tal panorama bibliográfico se valora la trascendente propuesta narrativa de Jaime Lopera por aquellos años, ignorada por todos los historiadores del minicuento en Latinoamérica y que pasó inadvertida hasta para la crítica colombiana. Con esta reedición, se pretende llenar dicho vacío, soldando tal eslabón del microrrelato colombiano a la cadena de la minificción hispanoamericana.

Dentro de la bibliografía del minicuento latinoamericano -lo enfatizo- donde por desconocimiento craso del libro de Lopera Gutiérrez no existe la menor referencia al mismo, esta obra suya sobresale como uno de los primeros volúmenes no ocasionales, no combinados. Y que se dedica exclusivamente a presentar minificciones sin mezcla de otros textos. Posee múltiples elementos característicos del género cuando apenas germinaba.

Sin proponérselo, Jaime con sus minificciones, varios de ellas de 4,5,6,7 y 8 renglones (en la primera edición) se anticipa a sustanciales formulaciones teóricas sobre forma y contenido, respecto a categorías que del minicuento se expondrían más adelante, al escribir un coherente, sólido y bien hilvanado y estructurado conjunto de microrrelatos llenos de modernidad en su estructura y en cada uno de sus componentes, saliéndose de parámetros del cuento que por los años se escribía en Colombia e Hispanoamérica. Algo es archiconocido: no era valorado el escritor de minificciones y sus textos nada significaban para los críticos o historiadores del cuento. Tímidas y discretas viñetas con las cuales se buscaba resaltar o complementar otros textos.

Aunque efectivas y orientadoras, no fueron muchas las influencias literarias que a Lopera le indujeron a privilegiar un molde narrativo nada común entre los cuentistas jóvenes que daban a conocer sus trabajos por aquel lapso. “Este libro nació como fruto de una soledad”, señala Lopera al mencionar su obra. Y agrega: “La Perorata fue mi primer contacto con la literatura escrita y el género del cuento”. Del minicuento, porque sin tener conciencia de las proporciones de su trabajo, preparaba los cimientos de la minificción colombiana y con su libro entraba a conformar ese menguado pero representativo conjunto de obras que, finalizando los años 60, marcaría un hito en la historia del minicuento hispanoamericano, a las cuales me referí atrás. Confiesa Jaime en carta enviada a la editora de Cuadernos Negros, Leidy Bibiana Bernal: “Dado que ya conocía los cuentos de Borges, de Cortázar, de Max Aub, de Arreola y de Monterroso, amén de Enrique Anderson Imbert y Fausto Masó, se me ocurre que con ellos se forjaron las huellas de mi estilo”. No era mucho el material literario que podían confrontar los escritores de minicuento por los años 60, ni de fácil consecución los títulos que en diferentes naciones se publicaban.

Tal vez por esta razón La Perorata pasó inadvertida. Sin embargo, es el tiempo propicio para rescatarla y darle sitio privilegiado en la historia de la minificción hispanoamericana. Podemos concluir con estas palabras del veterano teórico David Lagmanovich, profesor y periodista argentino, quien puntualiza en la nota preliminar de su libro El microrrelato hispanoamericano (Bogotá, 2007): “Pero llegó el momento –no podía ser de otra manera- en que editores y críticos comenzaron a reconocer la realidad que habían ignorado: la de una clase de textos brevísimos que, si por un lado no caben en las categorías literarias tradicionales, por el otro gozan cada vez de más lectores y parecen anunciar o afirmar los rasgos centrales de la modernidad”. Este es otro de los aportes del Centro de Investigación y Difusión del Minicuento, Lauro Zavala, al VI Congreso Internacional de Minificción que se realizará en Bogotá el próximo mes de octubre.





miércoles, 1 de agosto de 2012

VERSÍCULOS DEL DEMONIO (8)





8 Considerando la velocidad con que te empujan la vida y el mundo, mira sin prisa tu reloj.


2 Decídete: el laberinto, la metáfora, la palabra o el silencio aunque no te decidas.


3 Rompiendo mis máscaras, arrojándolas. Y tras de mí alguien que las rehace.


4 Alguna probabilidad de que escape del remanso la sombra del ave.


5 Cuando el Golem y el perro se encontraron quisiste caminar tras ellos.


6 No es posible la palabra mientras sobrevivan las preguntas sin respuesta. O las simples preguntas.

7 Escribirás sólo el centro de las oraciones: ni principios ni finales.


8 Deduce de cada minuto la eternidad sin contabilizar sollozos.


9 Cargas otra forma de locura. En algún lugar está tus observadores compadeciéndote.



VERSÍCULOS DEL DEMONIO (7)






7 Si te embriagas con la realidad de la belleza observa un muro.


2 En la mirada de mi perro todas las ecuaciones se silencian.


3 Admitir al ornitorrinco que escarba en los escritorios pero nunca al mendigo que suplica.


4 Dale gracias a la primavera, nunca al invierno por la fila de pingüinos que pasa cerca de tu alcoba.


5 Irreal y real. Ofrécele un helado a la niña sin olvidar las tumbas de los faraones.


6 La misma fuerza que en el universo se confabula para tenerte vivo hoy, mañana se confabulará para que desaparezcas.


7 Agradece que vives en una casa en Calarcá, cerca de la montaña y no en un apartamento de algún rascacielos de Los Ángeles.


8 En toda hoja seca se oculta un imperio sin archivos.


9 Por favor, escucha; por piedad, escucha; por lógica, escucha; por imaginación, escucha.



VERSÍCULOS DEL DEMONIO (6)





6 Cuanto pudo suceder ya ocurrió en algún lugar de tu cuerpo.


2 Alguien te protege si cuando buscas el saludo, el beso o los acordeones, sólo hay viento.


3 Pon tus manos sobre la cáscara de una mandarina madura.


4 Tal vez asistirás al momento en que se apague una estrella.


5 La poca importancia de tu pene y la poca importancia de la filosofía. Un marco sin lienzo y pinceles quebrados.


6 Seguirás creyendo que del vaso de agua saltará una sirena.


7 La mierda es mucha: prende una velita de incienso.


8 Lo mismo nunca es lo mismo.


9 Arroja los dados antes que la pluma golpee la torre de la catedral.