domingo, 18 de diciembre de 2016

NAVEGANDO EL POEMAR
Umberto Senegal

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Desde cuando por beberme Altazor, la embriaguez del lenguaje con sus símbolos poéticos cascadeando desde el creacionismo huidobriano removió mis conceptos de poesía, verso, ritmo y metáfora; desde cuando ese apocalipsis verbal sucedió y resido en la paradójica belleza de toda clase de distorsiones lingüísticas, nómada por el “montazonte del horitaña” y el canto de las “golonrimas”, no había descubierto en mis lecturas otro reto al lenguaje poético, simbiosis de historia, ficción, creatividad y música, como el maremoto lingüístico oleando poemas, versos, párrafos, cadencias, consonancias y euritmias, -erudita información histórica y mitológica-, banquete oceánico de magistral poesía, de la magnitud  -¡marnitud!- del libro PoeMar (2004) del narrador mejicano Fernando del Paso. A este autor lo había leído en sus descomunales novelas José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio. Pero desconocía sus poemas. Decantado encanto del canto neobarroco, en la poesía latinoamericana del siglo XX, cuya estructura fricciona las ideas de Kristeva sobre el enunciado poético pleno de pulsiones, sentimientos y corporalidad no a través de significados del texto sino mediante la articulación del espacio semiótico. Para tan refiletrado legatario de Lezama, su neobarroquismo poético es reacción estética contra poéticas basadas en la lengua coloquial con fines políticos. Siempre que lo releo a solas, o  cuando con personas atentas exalto algunos de sus textos, me empoemo y me empalabro. Me enluno y me ensolo. Me palabranto y encantilo con el arterial fuego de sus versos. Si existe un libro superior donde al mar, como rito del grito, se le haya escrito, descrito y reescrito, caracol por caracol, espuma por espuma, ola tras ola y gota por gota hendido y navegado, flotado y zarpado y atravesado por el poema, sobrevolado por versos y estrofas de heterogéneas medidas fusionando historia, literatura y mitología de manera exhaustiva, según lo hace del Paso en esta obra; si algún poeta pretérito o contemporáneo, con el mar por trama y drama y rama como personaje, realidad  o alegoría, ha sido capaz de ahondar razones del cuerpo, la esencia y la conciencia del mar según las fragua Fernando en esta oceánica epopeya de agua salada, transfigurada en lírica miel, hágamelo saber para embarcarme, ya no en la balsa de sándalo y ébano con la cual navego por esta obra, sino en la galera que condujo a Ulises hasta Ítaca, en su regreso. Y reposar entonces en ese espacio donde, para mí, solo existen las palabras de la poesía. El embrujo de estos universos que encuentro cuando mi espíritu, frente a las asperezas del hombre y la sociedad actuales, se refugia en el lenguaje poético: “Para cantarle al mar, me descerebro,/ me despeño en mí mismo y me celebro,/me araño los deseos y me ofrendo”, dice Fernando.


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