domingo, 18 de diciembre de 2016

POETA EN NUEVA YORK
Umberto Senegal

Resultado de imagen para GARCIA LORCA


Poeta en Nueva York. Leerlo a las tres de la madrugada mientras una obstinada llovizna de melancolía acompaña las miradas del perro a nuestro lado. Con miedos taciturnos que ignoramos de dónde vienen, si del cuerpo removiéndose entre los objetos y el vacío o de la conciencia alerta en otros niveles de conocimiento y poesía. Hablar con sus metáforas para no afrontar personales interrogantes a la vida y la muerte. Poesía y poema son silogismos de las verdades que florecen en cada verso de este libro. Miedo y agonía al reconocernos carne y pensamiento extinguiéndose sin consuelo. Evaporándonos mientras nos aferramos a la música. O a la múltiple repetición del mantra misericordioso para prolongar una hebra de alegría o un instante de éxtasis. La poesía como refugio cuando la oración no alcanza. No es igual releerlo en la madurez. El lenguaje de Lorca y sus ansiedades, humana belleza de sus imágenes y ritmos, los colores y contexturas lingüísticas de sus metáforas, nos tienden puentes de palabras para divagar con la incierta eternidad. Esta Nueva York de sus poemas, que se encumbra y desploma, se pulveriza y se reconstruye desde la agonía hasta el amor y desde la certeza del desamparo hasta incertidumbres de la vida, bien puede representar una amorfa megápolis o un individuo. No sugiero leerlo de noche. Ni en la madrugada. Con aguacero de fondo, mucho menos. Lorca no es el mismo cuando en el parque de Pijao leemos su libro bajo el sol de la mañana: “…yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,/ pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado”.  ¿Hay nombres para recoger en la racionalidad de nuestro excelso castellano, sus visiones en los poemas de este libro? Qué torrentes de universos en alfileres blancos, en una gota de sudor sobre la piel de un negro. Cuando pensamos que la metáfora termina y el poeta soñó cuanto tenía para crear con la palabra, brotan flores de prodigiosos peldaños hacia realidades solo perceptibles desde  la imagen lorquiana. ¿Hay quién se llame poeta sin haber leído este libro? Manual de salvación para no confiar en nirvanas ni cielos situados más allá de las palabras. Si no lo has leído, excelente. Quédate con tu pedestre rutina  y deja que la poesía fluya y se evapore, exhalación de rocío, ola y océano, en los sentidos y el ser de otra gente. Esa Nueva York de Lorca es la ciudad que se eleva desde tus dedos, por tu cintura y tu cabeza, hacia los horarios de trabajo y los gestos que vistes a diario para sobrevivir. De Ana Belén, Enrique Morente o Leonard Cohen, podrías escuchar, musicalizado, el surreal poema Pequeño vals vienés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario